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  • Urbanismo y política en Río Fugitivo:La ciudad imaginaria de Edmundo Paz Soldán
  • Carolyn Wolfenzon

Hay una topografía imaginaria de América Latina, compuesta de ciudades ficticias como la Comala de Rulfo, la Santa María de Onetti, el Macondo de García Márquez o la Estación Olivo de Donoso. Descendientes de Faulkner y de la Costaguana de Conrad, son también fruto del impulso de inventar microcosmos que reflejen la historia social y política de un país o de una región. Después del boom, esa topografía dejó de crecer y, dos generaciones más tarde, las aldeas selváticas y los pueblos imaginados en medio de los desiertos latinoamericanos empezaron a ser vistos por nuevos autores como una impronta mágica y rural sin cabida en su literatura de orientación urbana. McOndo fue el nombre irónico con el que el chileno Alberto Fuguet bautizó a la nueva generación, que reunía a escritores cosmopolitas como él mismo o el argentino Rodrigo Fresán (1963) o la puertorriqueña Giannina Braschi (1953) o el boliviano Edmundo Paz Soldán (1967).1

Sin embargo, a finales de los noventa, Edmundo Paz Soldán creó su propia ciudad imaginaria, Río Fugitivo, que fueron el escenario de cuatro novelas políticas, insufladas de crítica social y perspectiva histórica: Río Fugitivo de 1998, Sueños digitales de 2001, La materia del deseo del 2002 y El delirio de Turing en 2003. Río Fugitivo dialoga con las ciudades del boom en su intento por crear un escenario donde la historia republicana podía volver a contarse. A diferencia de otros de su generación, Paz Soldán no se ubica en lo urbano para rechazar lo rural ni el realismo mágico, sino para restablecer la ciudad como espacio intensamente político, en el que lo privado es absorbido por lo público, un gesto que diferencia su narrativa de la de gran parte de sus coetáneos.

Al igual que en Comala, Santa María, Macondo y Estación Olivo, en Río Fugitivo es posible hallar los rasgos de lo que Beatriz Sarlo denominó “modernidad periférica” (Sarlo 18–20, 1999) que se define por la manera en la que el legado colonial y el proceso desigual de desarrollo desembocan en una modernidad marginal. Se trata de un crecimiento modernizador excluyente y pobremente urbanizado. Vivian Shelling en Through The Kaleidoscope: The Experience of Modernity in Latin America sostuvo que la modernidad en América Latina es “una modernización parcial de la infraestructura sin la modernización social propia de la formación de un estado-nación de ciudadanos” (Schelling 2–3, la traducción es mía). La herencia colonial, entonces, produce una modernidad irresuelta. “Las sociedades latinoamericanas”, afirma Shelling, “han sido marcadas por su legado [End Page 86] colonial y por estilos de vida y modos de producción modernos y premodernos. A pesar de las transformaciones, las relaciones sociales y económicas de cuño colonial persisten en contextos contemporáneos, aunque con formas reinventadas” (Schelling 2).2 Paz Soldán conserva esas marcas de las ciudades latinoamericanas imaginarias aparecidas durante el Boom y les añade la desigualdad tecnológica, lo que hace hincapié en la condición periférica latinoamericana y su modernidad irregular.

En Río Fugitivo, el mundo se ha globalizado pero, como señala Valeria de los Ríos, el carácter periférico de la ciudad se evidencia en el estatus de la tecnología. En esta ciudad, la tecnología circula, se compra, se vende, se consume, pero no se produce. Los protagonistas se quejan de su condición rezagada—“todo lo que podría hacer como diseñador si viviera en Silicon Valley” piensa Sebastián (Sueños digitales 49)—y se convierten en bricoleurs, es decir, sujetos que zurcen y parchan para crear soluciones y superar los problemas que les presentan la tecnología o la ausencia de ésta. La recuperación de la preocupación política, añadida a esa nueva dimensión, la tecnológica, permite a Paz...

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