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  • Las “identidades difíciles” bajo sospecha:Construcción discursiva y hermenéutica de Henriette Favez en el siglo XIX
  • José Ismael Gutiérrez

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, en Cuba se instaura un período fundacional que será decisivo en la conformación de la sexualidad. En este intervalo temporal, según Sierra Madero, aparecen discursos que desde una sociopolítica sexual se encaminan a ofrecer algunas propuestas teóricas relacionadas con el diseño de la “nación” (69). La sexualidad empieza a ser utilizada para definir y regular las nociones de nacionalidad, capas, estamentos y sectores sociales que articulan la idiosincrasia de un pueblo. Y desde diferentes disciplinas, que adquirirán progresivamente un marcado corte positivista, se activan los dispositivos necesarios que organizan y regulan el control social del sexo a través de instrucciones elaboradas por una élite que se plantea el ordenamiento y la estructuración de una sociedad concebida en términos esencialmente masculinos, donde –mediante un incipiente carácter nacionalista–se exalta en todos los planos la personalidad (masculina) insular completa y los valores de los individuos considerados paradigmáticos, es decir, los varones heterosexuales (Sierra Madero 72). De este modelo de “nación”, de “comunidad imaginada”1 resultan excluidos, por tanto, las mujeres y los representantes de las minorías sexuales. Ni unas ni otros tienen cabida en la Patria, puesto que de sus actitudes apocadas emana un destello de degeneración que pondría en jaque la entereza “viril” del Estado.2

En este sentido, ya sea como sujeto ajustado a los cánones femeninos al uso, ya como exponente de un género problemático, Henriette Favez3 no hubiese ingresado a la historia de no ser por un vergonzante episodio que la convirtió en materia forense, situándola en contra de su voluntad en el punto de mira de los ideólogos de la nación. La zarpa que la sacó de su anonimato, lo que le dio visibilidad social fue la denuncia interpuesta por una joven guajira que, temiendo verse envuelta en un escándalo público de envergadura, declaró sentirse ultrajada al descubrir que el hombre con el que se había casado no era un varón en el sentido biológico del término. Los hechos, tal como los expuso, constituían una verdad a medias, pues parece muy probable que ya por entonces fuera consciente del auténtico sexo de su “marido”, del que se había separado de mutuo acuerdo. Lo que realmente la precipitó a querellarse ante el Tribunal de Justicia fue el rumor que se fue extendiendo como un reguero de pólvora, y que podía perjudicarla ante la ley, de que el médico que se hacía [End Page 2] llamar Enrique Favez, residente en el pueblo de San Anselmo de los Tiguabos, era una mujer disfrazada de hombre, como ella misma había podido constatar. Las acciones legales que emprendió la demandante, de nombre Juana de León, para solicitar la anulación de su casamiento desembocarían en un proceso judicial que mantuvo en vilo a la sociedad cubana durante varios meses de 1823 y que la literatura posterior, sobre todo la producida en la Isla, reinterpretaría desde distintos ángulos a partir de los presupuestos ideológicos imperantes en esos momentos.

Se sabe que cualquier discurso, incluido el literario, está imbuido de la ideología de la época en que se concibe, del carácter de un territorio específico o del estamento social al que representa. Teun A. van Dijk señala que “las ideologías consisten en representaciones sociales que definen la identidad social de un grupo”, al menos de los que tienen alguna, y que, provistas de una naturaleza general y abstracta, suministran coherencia a los valores de ese grupo, facilitando así su adquisición y su uso en situaciones concretas de la vida (10). Tanto el lingüista neerlandés como los demás miembros de su escuela consideran que el lenguaje es una forma de práctica social y, en consecuencia, analizan cómo la dominación se produce y se resiste en los discursos.

En el...

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