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  • El Quijote y Terra Nostra, intertextualidad y subjetividad
  • Pedro Ángel Palou

Con los años Terra Nostra (1975) ha ido adquiriendo la extraña condición de obra maestra. Ese destino que su ambición y sus innegables logros le tenían deparado signa sin embargo una realidad insoslayable: se habla de ella, se la coloca en el centro del canon fuentesiano – y de la literatura mexicana o hispanoamericana, según sea el caso –, pero no se la lee. La novela salió a la luz con una especie de manual de instrucciones paralelo, Cervantes o la crítica de la lectura (1976), aunque el proyecto entero puede entenderse como la puesta en práctica de un programa narrativo que queda claro en Tiempo Mexicano (1971): México es un país de tiempos dislocados, jamás lineales o cronológicos, sino en todo caso espirales, como la pirámide de Xochicalco, en el que la serpiente se muerde la cola.

En el ensayo Fuentes siempre se aclara, o dialoga con sus obras pasadas también. En Valiente mundo nuevo (1990) asegura que se han acabado los metarrelatos de liberación de la modernidad ilustrada, como los llama Lyotard: “la incredulidad hacia las metanarrativas puede ser sustituida por la credulidad hacia las polinarrativas” (25). Mucho antes imaginó ese quiebre ineludible, un espacio-tiempo que contuviera todos los Méxicos. Y decidió que la empresa, para entenderse, tenía que implicar el mestizaje de los tiempos y la orgía de los espacios. Inventó entonces un espacio-tiempo (un cronotopo) donde el presente es pasado y se dibuja como futuro y donde todos los lugares se cruzan: Terra Nostra. Proyecto elefantiásico que ya contiene su propia derrota. ¿No es Terra Nostra un espejo múltiple de polinarrativas sin centro?

La novela como género nace del discurso notarial de la España del siglo XVI, no de los relatos medievales, aunque tome elementos de ellos. Lo que descubre el genial y anónimo escritor del Lazarillo – genial hasta en permanecer anónimo para darle el cuerpo jurídico a la primera novela de la que se tenga noticia – es que en literatura, por vez primera, puede hablar el hombre [End Page 61] sin atributos, el hombre común y corriente, el desposeído, el sin voz. Al hablarle a Vuestra merced (incluso en forma de inscripción textual: Pues usted escribe que se le escriba) y relatarle en forma de confesión judicial su vida, ha nacido la novela. No sólo por la voz – el lenguaje – sino por la estructura que, a pesar o gracias a su polimorfismo, es prácticamente siempre, la suplantación discursiva en forma de ficción de una forma escrita (la carta, la confesión, el diario) de la que toma su cuerpo. Lo heroico, que es una certeza, se metamorfosea en ambigüedad crítica, el destino es síntesis contradictoria: la ironía dialéctica es consecuencia del idealismo romántico del Quijote. Acto siempre de lectura – legislar es leer – la novela, como prueba Carlos Fuentes en su magistral Cervantes o la crítica de la lectura, es una reinterpretación absolutamente novedosa de la realidad. En El Escorial de Terra Nostra están los documentos y los cadáveres de Felipe II, pero todo visto desde la excentricidad periférica. Doble mausoleo, la novela es la escritura-archivo de nuestra realidad, acaso la más ambiciosa y la más totalizante de las novelas que se hayan escrito en nuestra homérica latina: “caen las máscaras, permanece la luz nacida de las miradas enmascaradas” (Terra Nostra 781).

Así lo vio también Raymond Leslie Williams, para quien Terra Nostra es una especie de summa o de síntesis de las tres décadas anteriores de Fuentes.1 Ese monumento novelístico se cifra sobre un monumento arquitectónico megalomaniaco, El Escorial. La escritura de la novela es una subversión desde lo medieval – la Celestina es la figura femenina central del libro –, el renacimiento – con El Quijote como figura paródica—y por supuesto hacia lo neoclásico. Pero la mirada estrábica2 con la que Fuentes ve al...

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