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  • Elogio de la imaginación híbrida:Cervantes, Fuentes y la política de la novela total1
  • Ignacio Ruiz-Pérez

En La nueva novela hispanoamericana (1969), Carlos Fuentes propone un nuevo código cultural para leer el nuevo lenguaje crítico de la entonces narrativa reciente hispanoamericana. El ensayo es, de hecho, un tour-de-force imaginativo por sistematizar las diversas prácticas escriturales de un puñado de narradores hispanoamericanos (Vargas Llosa, Carpentier, García Márquez, Cortázar y Goytisolo), pero también de crear una intricada red de precursores (de Rulfo a Borges), fobias (la novela “tradicional” romántica y realista) y filiaciones secretas (la narrativa europea y norteamericana de la primera mitad del siglo xx). En ese ensayo básico para el entendimiento del Boom, Fuentes advertía además que uno de los rasgos de las grandes novelas modernas (las paradigmáticas obras de Faulkner, Lowry, Broch y Golding) era el regreso a las raíces poéticas de la literatura y la creación de una

convención representativa de la realidad que pretende ser totalizante en cuanto inventa una segunda realidad, una realidad paralela, finalmente un espacio para lo real, a través de un mito en el que se puede reconocer tanto la mitad oculta, pero no por ello menos verdadera, de la vida, como el significado y la unidad del tiempo disperso.

(La nueva novela 19)

Basándose en las premisas del francés Gaston Bachelard en torno a la imaginación poética,2 Fuentes plantea que la novela es una interpretación literaria [End Page 53] de la historia, pero también de sus mitos y de sus construcciones ideológicas. Al “inventar o recuperar una mitología,” afirma el escritor mexicano, “la novela se acerca cada vez más a la poesía y a la antropología” (La nueva novela 20), pues entrega una imagen distinta y actualizada de la sociedad: una percepción imaginaria y dinámica, pero también dilatada y extendida – o novelesca. Más aun, Fuentes sugiere por primera vez que la novela es una crítica de las mitologías de las narrativas oficiales, a las que identifica irreverentemente como un “mundus senescit” (31). En suma, propone que la crítica del saber oficial comienza con la crítica de su lenguaje anquilosado y concluye con la creación de un lenguaje crítico, el de la nueva novela hispanoamericana a la que Fuentes se adhiere con obras como La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967) y Zona sagrada (1967).

Tan sólo siete años después de publicar La nueva novela hispanoamericana, su autor refinará sus planteamientos sobre el género en Cervantes o la crítica de la lectura (1976). En el pequeño volumen, el escritor mexicano propone otro código, pero ahora para ese gran monumento al grado cero de la literatura que es Terra Nostra (1975), novela heredera de la vocación totalizante de la obra magna de Cervantes. En este libro de ensayos gemelar a Terra Nostra, Fuentes no duda en trazar lo que aquí podríamos llamar una genealogía de la imaginación crítica que tiene sus puntos climáticos en las paradigmáticas obras de Cervantes y Joyce. Si el escritor español “cervantizó” la realidad para proponer una crítica de la lectura jerárquica, épica y maniquea, el irlandés propuso la “joyceización” de la novela, consistente en una crítica de la escritura única e individual, la escritura del yo, aquella que deposita en el autor el sentido del texto, y lo devuelve a un origen preverbal:

[Melés], telés y noslés, le dice Joyce al lector, te ofrezco un potlatch, una propiedad excrementicia de las palabras, derrito tus lingotes de oro verbal y los arrojo al mar y te desafío a hacerme un regalo superior al mío, que es el don asimilado de la pérdida,... te desafío a que abandones tu perezosa lectura pasiva y lineal y participes en la re-escritura de todos los códigos de tu cultura hasta remontarte al c...

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