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  • “Alzados los manteles.” El arte de la palabra y la sobremesa en el Quijote
  • María José Rodilla

Los personajes del Quijote apenas acaban de comer, una vez que han satisfecho las necesidades materiales, en lugar de reposar una siesta, se dedican en la sobre comida, que es como se llama en la novela a la sobremesa, a la plática y al cultivo del espíritu, necesidades que Don Quijote expresa: “yo ya estoy satisfecho, y sólo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento deste buen hombre” (I, 50: 543).1 La oralidad toma cuerpo en charlas amenas y consejos; los grandes discursos retóricos de la obra y las historias de vida que cuentan los personajes en los reposos de los caminos, en las ventas o en las casas de caballeros y nobles, tienen lugar en esos momentos climáticos. La escritura también encuentra su espacio en la sobremesa a través de la lectura de cartas, de poesía y de novelas como El curioso impertinente.

El cultivo de la palabra es tan importante en la sobre comida que incluso en la novela que inventa Don Quijote con todos los tópicos de la caballería no se olvida de las pláticas e informaciones de las doncellas en la recepción del caballero en la corte:

¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre una silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre, entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucha más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero, y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquel, y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo la historia?

(I, 50: 539)

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Pláticas de sobremesa, poesías y consejos

Cuando los personajes se encuentran en las estancias de casas acomodadas, como la de don Diego Miranda, se habla de comida abundante, limpia, sabrosa y silenciosa, pero no se habla de lo que dan de comer. Es como si la comida quedara entre paréntesis y lo que resalta es el silencio, el remanso de la casa en medio de los polvorientos caminos, de las aventuras y del ajetreo de las ventas. Silencio que, en lugar de invitar al reposo, incita a lecturas poéticas. Don Quijote admira el “silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos. Levantados pues los manteles, y dadas gracias a Dios y agua a las manos, Don Quijote pidió ahincadamente a Don Lorenzo dijese los versos de la justa literaria” (II, 18: 712). El ocio de la siesta parece desatar el poder de la palabra, lo cual da pie a Cervantes para disertar sobre los versos y las glosas, al mismo tiempo que, paródicamente, se recita a Garcilaso, y se discute sobre la adulación, los poetas, los premios y los jueces que los otorgan. Una verdadera lección de poética se da en esta sobremesa, en la que, a través del soneto de Píramo y Tisbe, se trata también sobre el amor y los obstáculos amorosos y se aterriza, como en otras ocasiones, en el tema de las armas y las letras instando a Don Lorenzo a que abandone la estrecha senda de la poesía y tome la “estrechísima de la andante caballería” (II, 18: 716).

En la mesa del palacio de los duques se habla del ritual del lavamanos y de la preparación previa a la comida, de una rica mesa, pero no se da ningún detalle de lo que comen, porque también es más importante la plática y el cultivo del espíritu, pero he aquí que entre las razones que se pronuncian en la mesa, se entrometen unas doncellas que llevan a cabo una extraña ceremonia: “la comida se acabó, y en levantando los manteles, llegaron cuatro, la una con una fuente de plata, y...

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