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Reviewed by:
  • La vendedora de tiempo by Ioana Gruia
  • Elena Capraroiu
Gruia, Ioana. La vendedora de tiempo. Prólogo de Luis García Montero. Sevilla: Espuela de Plata, 2013. Pp. 255. ISBN: 978-8-41517-779-1.

La vendedora de tiempo comienza en realidad con la imagen de la cubierta anterior. Es un montaje con los cuadros Morning Sun (1952) y Rooms by the Sea (1951) de Edward Hopper, en el que una mujer sentada en la cama, de perfil, mira fijamente hacia el mar por la ventana. El agua parece llegar hasta el cuarto, como si no hubiera orilla. Esta es también la imagen con la que Silvia Păun, el personaje central de la novela, se identifica en las últimas horas de su vida: “Me miro el camisón rosado y me viene a la memoria de golpe un cuadro de Hopper, Sol de mañana. Siempre seré una mujer de Hopper, pienso” (250). La analogía con las “mujeres solas leyendo o absortas en sus pensamientos” (22), que aluden a los cuadros Automat (1927) o Sunlight in a Cafeteria (1958), responde a una afinidad admitida que opera más allá de la coincidencia de títulos, Nighthawks (Premio de Cuento Federico García Lorca 2007) y Nighthawks (1942), uno de los cuadros más conocidos de Hopper. La afinidad se encuentra más bien en una forma de ver la relación de la gente con su entorno. Se trata de una presencia humana revelada con cautela, similar a lo que el poeta Mark Strand notaba al afirmar que en los cuadros de Hopper lo común permanece lejano: “We feel the presence of what is hidden, of what surely exists but is not revealed. … We encounter the reticence of his paintings with our own, and our sympathy increases” (59).

La novela de Ioana Gruia empieza con esta misma afirmación de la presencia mediante el distanciamiento. “Vine para estar lejos”, escribe la protagonista en una carta a su esposo Valdi, quien había muerto poco antes en Bucarest. Rumana, profesora de español jubilada, pintora y escritora, atractiva, Silvia Păun, 56 años, tiene un cáncer inoperable y decide pasar los últimos meses de su vida en un hotel en la playa, en Mar del Plata. El diagnóstico es irrevocable y representa “una figura más del totalitarismo” político, según advierte Luis García Montero en el prólogo (8). A partir de este dato, la novela se estructura en torno a la negociación entre las imposiciones de orden físico e ideológico y la posibilidad de encontrar y construir alternativas. [End Page 362]

No hay una separación definitiva entre lo que se les impone a los personajes y aquello por lo cual optan. La protagonista elige morir en Argentina, pero la narración del alejamiento es forzosamente una modalidad de ordenar el pasado al que a veces solo podemos enfrentar desde la distancia. Silvia habita múltiples espacios a la vez y su último viaje a Rumanía traza tanto los límites como los puntos de convergencia entre los ámbitos asfixiantes y los vitales. Mar del Plata es un lugar imaginado en la juventud; un lugar donde “la belleza protege la mutilación” (30), de igual manera que la belleza del cuerpo de Silvia cubre un cáncer inoperable. Bucarest es el sitio de su infancia en los años Ceaușescu, cuando la austeridad económica convirtió los mercados con “la piedra gris y desnuda de los mostradores en pequeños cementerios” (142). Pero en el momento del viaje (noviembre 2005), Bucarest es la capital de un país en transición, a la espera de su ingreso en el mercado europeo. El viaje sirve, por tanto, para formalizar la experiencia del exilio. Silvia debe “recomponer la disposición de una geografía perdida” (119) y aceptar que es extranjera en su país de origen, tal como parecen ser las mujeres de Hopper (115).

Los personajes actúan en una red de lealtades y afinidades ocultas y no podría ser distinto en un sistema totalitario. Las historias de amor e infidelidad entre...

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