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  • Crimen e impunidad. La vigilancia del poder y la administración del castigo:El crimen del Padre Amaro
  • Esmeralda Broullón Acuña

La religión -dijo- puede, incluso auxiliara los gobiernos en su establecimiento,operando, por decirlo así, como freno…

Eça de Queiroz, 47

El crimen del Padre Amaro: Una lectura foucaultiana

La novela portuguesa El crimen del Padre Amaro (1875) de José María Eça de Queiroz1 uno de los grandes narradores del siglo XIX, parte de los postulados naturalistas para recrear los efectos destructivos del celibato en un deleznable sacerdote recién ordenado. El padre Amaro, arrastrado por la pasión y el deseo, alcanza la degradación moral paralelamente al fanatismo que rodea a Leiria, ciudad de provincias portuguesa donde el poder político, religioso y económico entretejen la vida de sus habitantes, sometidos a viejas creencias y supeditados por la omnipotencia de la Iglesia.

Podemos vincular la mencionada obra con La Regenta de Clarín (1885), El Abate Mauret de Zola (1875) o El Decamerón de Bocaccio (1353). Unos textos considerados en su día como indecorosos al narrar historias que versan sobre conflictos de fe, comportamientos moralmente pecaminosos, privilegios de la jerarquía eclesiástica y sus vericuetos políticos entretejidos con elementos eróticos tras las celosías del confesionario: …y le latían las sienes con la idea de que un día podría confesar a aquella mujer divina y sentir su vestido de seda negra rozando su sotana de lustrina vieja, en la oscura intimidad del confesionario. (Eça de Queiroz 539)

El autor ahonda en las fisuras de la institución eclesiástica portuguesa, ante el advenimiento del liberal racionalismo eclosionado en la metrópoli, para aludir a la separación entre la Iglesia y el Estado: [End Page 128]

Vea la Iglesia en Portugal. Resulta grato observar su estado de decadencia … La Iglesia separada de la Nación; hoy era una minoría tolerada y protegida por el Estado. Había dominado en los tribunales, en los consejos de la Corona, en la Hacienda, en la Armada, hacía la guerra; hoy un diputado de la mayoría tenía más poder que todo el clero del reino.

(Eça de Queiroz 477)

La novela discierne sobre un pujante sistema político que está resquebrajando el modelo sostenido por el ejercicio de la vigilancia y el castigo; es decir, ahonda en la práctica de la tiranía eclesiástica sobre la población. En esta obra, el panóptico se erige en un modelo generalizable de vida, una tecnología política y una máquina de disociar el ver del ser visto.2 Como consecuencia, el poder se automatiza y no se individualiza, puesto que no es necesario el ejercicio efectivo de la vigilancia, simplemente basta con lugar del control. Aunque la vigilancia es discontinua en su acción, resulta permanente en sus efectos, ya que induce en los protagonistas un consciente y permanente estado interior de vigilancia continua. Desde esta perspectiva Michel Foucault enumeró algunas características del poder pastoral que identificamos claramente en la novela (Foucault 1982: 208–226; 1988: 227–244; 1990: 45–94). En primer lugar, la responsabilidad del pastor no sólo concierne a la vida de los habitantes de Leiria sino a todas sus acciones, por tanto sus pecados son imputables, en última instancia, al sacerdote que debe conducir a sus «ovejas» por el camino de la mortificación. De ahí que éste conozca aquello que sucede en lo más íntimo del rebaño:

Lo que faltaba era la autoridad de los tiempos en los que la Iglesia era la nación y el párroco el dueño temporal del rebaño … Desearía ser un sacerdote de la antigua Iglesia, gozar de las ventajas de la denuncia y de los terrores que inspira el verdugo.

(Eça de Queiroz 137)

A través de la acción de los personajes el narrador portugués censura a unos privilegiados confesores, exponiendo las consecuencias de tan fanáticas creencias y supersticiones en la población. Un clero aferrado a un pasado caduco...

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