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  • El mar en la representación cinematográfica de la migración interna en el Perú:de Gregorio a La teta asustada
  • Pablo Salinas

La cinematografía ha otorgado frecuente trascendencia a la figura del mar como lugar de pasaje o trayecto en la experiencia de migración internacional. Dentro del circuito de producción norteamericano (de exposición privilegiada en las salas latinoamericanas) es posible citar clásicos como The immigrant (Charles Chaplin, 1917), America, America (Elia Kazan, 1963) o The Godfather: Part II (Francis Ford Coppola, 1974). Más allá entre las distancias discursivas entre estas producciones, todas confluyen al apoyarse en la imagen de Ellis Island como poderoso indicador del comienzo de una nueva vida después de un largo trayecto marítimo.

En el caso latinoamericano, además de los ejes de desplazamiento transatlántico, una migración interna por vía terrestre hacia las ciudades costeras ha transformado el contexto social urbano, convirtiéndose constantemente en el primer paso para la migración transcontinental hacia Norteamérica o Europa. Si en el siglo XIX e inicios del siglo XX, movimientos masivos como los ocurridos desde la cuenca del Mediterráneo hacia los nacientes estados del Cono Sur, constituyeron componentes importantes de la demografía y cultura latinoamericana, para finales del milenio, un movimiento inverso, desde el corazón del continente hasta sus ciudades puerto,1 ha trasladado millones de pobladores y formas de vida alternativas al núcleo urbano. En consecuencia, el mar ha adquirido en su cine una fuerte significación como lugar de destino. Películas como La deuda interna (Miguel Pereira 1988) o Lula, o filho do Brasil (Fábio Barrero 2009) demuestran la intención de sus cineastas de acercarse a esta simbología desde diversas posturas estéticas e ideológicas.

Dentro de todas las experiencias regionales latinoamericanas de migración interna, muy pocas han tenido la intensidad y complejidad del caso peruano. Desde mediados del siglo XX, la partida de cientos de miles de pobladores andinos, a las ciudades de la costa, ha revolucionado la epidermis urbana. En términos sociales, este proceso denominado de litoralización (Meneses, 1998: 32) creó una interacción extremadamente conflictiva donde las contribuciones culturales de los migrantes (mayoritariamente de matriz andina, nativa y rural) fueron rechazadas por la sociedad anfitriona (me refiero principalmente a [End Page 113] la limeña, pensada a sí misma como occidental y criolla) al momento de consolidar una cultura popular urbana acorde con las nuevas mayorías.

Una de las características del discurso hegemónico sobre el migrante fue presentar la actividad migratoria en términos de “huaico”2 (Fabre, 1969: 22) o avalancha. Esto se evidenció en la producción massmediática, homologando la amplitud y diversidad del movimiento migratorio dentro de estereotipos denigrantes que escondían la individualidad y el poder de agencia de los nuevos habitantes de la ciudad. Ejemplos abundan al respecto, especialmente en la representación de la mujer andina. Un caso paradigmático constituye el personaje televisivo “La chola Eduviges” interpretado por Guillermo Rossini en Risas y Salsa a inicios de la década de los ochenta.3

Muy inspirado en la producción radial y televisiva, el cine peruano tematizó la “migración pionera” (Meneses, 1992) de mediados de siglo bajo coordenadas que privilegiaban su faceta comercial, dejando de lado toda pretensión de verosimilitud.4 Sin embargo, desde la década de los ochenta, surgen dos películas claves en el universo de las representaciones audiovisuales. En 1985 el grupo Chaski estrena Gregorio, abriendo un ciclo de producciones atentas a este fenómeno. Una generación más tarde, La teta asustada (Claudia Llosa 2009), ya finalizado el flujo masivo de migrantes, muestra la misma urgencia y necesidad de representar causas y consecuencias de este proceso.

Siguiendo de cerca sus propios contextos de producción, ambas películas otorgan privilegio al contacto con el mar para expresar experiencias divergentes. La primera utiliza la llegada del niño Gregorio al mar como metáfora en la cual este se interna en el mundo urbano, absorbiendo y asumiendo sus presupuestos culturales. La segunda, por el contrario, trabaja la escena final del...

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