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  • El Crack y su generación:exégesis de la fisura
  • Carlos Redondo-Olmedilla

El Crack: prolegómenos antes del boom

Enrique Krauze escribió un magnífico ensayo sobre las generaciones literarias en México: “Cuatro estaciones de la cultura mexicana” (1981) donde menciona a la llamada “Generación de 1968”, escritores nacidos entre 1936 y 1950 y marcados por la matanza de Tlatelolco y cuyos intelectuales más representativos, según Krauze, eran Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. Por otro lado, si bien es cierto que 1968 hizo desembocar la narrativa mexicana hacia formas más comprometidas y realistas, también es cierto que la rebeldía del 68 ya aparece en una expresión en su seno denominada La Onda y que es una tendencia que pudiéramos considerar una variante generacional, o un producto de cierta regionalización literaria. Éste estaba representado por jóvenes como José Agustín Ramírez Gómez (1944–),

Gustavo Sainz (1940–), Parménides García Saldaña (1944–) o el ya mencionado José Emilio Pacheco, quienes mostraban su rebeldía y desazón hacia el régimen dictatorial del “PRI-gobierno”. Esencialmente cuestionaban la sociedad burguesa y proponían nuevos modelos sociales bajo formas identitarias como el rock o los entornos urbanos. Si el poder les cerraba la expresión, ellos se adueñaron de la literatura irreverente como medio, pues iban a transportar al texto toda una serie de jergas juveniles y de coloquialismos, era su forma de librar la rebeldía llegando a veces a formas casi incomprensibles por su complejidad lingüística, algo claramente visible en los cuentos de Parménides García Pasto verde (1968). Otra expresión dentro de esta “Generación de 1968” será “La espiga amotinada”, orientada hacia la poesía social y de protesta y que contará con poetas como Juan Bañuelos (1932–), Oscar Oliva (1937–), Jaime Augusto Shelley (1937–), Eraclio Zepeda (1937–) y Jaime Labastida (1939–). Un cambio significativo de esta generación respecto a la “Generación de medio siglo” será su deseo de soltar amarras respecto a la trascendencia e influjo de la Revolución Mexicana. El 68 será pues determinante1 en la relación que establecen los escritores posteriores al boom y anteriores al Crack. Muchos de ellos serán caracterizados como postboom, otros serán considerados una excrecencia del mismo.

Si los setenta fueron una época marcada por un necesario radicalismo político y algunas obras excepcionales como Palinuro de México, Segundo sueño y Terra nostra,2 en los 80 y 90 las producciones mexicanas siguen manteniendo una alta densidad técnica en su preocupación por el lenguaje, pero el sesgo emocional, especialmente en la relación entre [End Page 72] Literatura e Historia, parece indicar un desencanto y además no se consigue cuajar buenos libros. Surgen obras propicias, pero no indispensables; aparecen buenos autores: Jesús Gardea (1939–2000), Francisco Prieto (1942–), Agustín Ramos (1952–), David Martín del Campo (1952–), pero no sueltan amarras de manera definitiva. Aparecen, pues, ya de una manera manifiesta los desencuentros con los experimentos social-revolucionarios de la segunda mitad del s. XX y surgen tensiones entre el pasado y el presente. El problema del poder y sus adláteres constituirá un tema importante en las producciones de esta época, no sólo en México sino en toda Latinoamérica, baste recordar entre muchos otros a Guillermo Cabrera Infante o Mario Vargas Llosa. Emerge un tipo de narrativa que desconfía de la Historia, sobre todo por los acontecimientos ocurridos en la década anterior, una novela que, según Perkowska, “se centra en el problema de la verdad y el poder” (5). Se trata de una novela que se vale de la ficción para acercarse a la Historia al mismo tiempo que desconfía de ella. Entre los autores que cultivan este tipo de obra encontramos a Carlos Fuentes con Gringo viejo (1985), Fernando del Paso con Noticias del Imperio (1987) o Ignacio Solares con Madero el otro (1989). Es igualmente notorio ver como a partir de los ochenta, la época del experimentalismo literario y de las grandes met...

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