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  • Un siglo de ir al cine en mexicoLos Cambiantes Modos de Estar Juntos
  • Ana Rosas Mantecón

Creíamos que perdíamos el tiempo y sin embargo el cine y las idas al ídem son para los de mi generación, el único nexo, la memoria común, la división de clases y la fuente de ilustración más poderosa que tuvimos.

Jorge Ibargüengoitia

Ir al cine entraña mucho más que ver una película. Se trata de una práctica de consumo cultural a través de la cual nos relacionamos con un filme, pero también con otras personas y con el espacio circundante. En el mismo sentido, los ámbitos en los cuales se miran las películas son tan relevantes para el análisis de lo que éstas han significado, como el estudio de los filmes mismos y de los públicos que se relacionan con ellas. No obstante la amplitud de la investigación sobre cine, sabemos muy poco sobre los espectadores y los sitios de exhibición, frente a la proliferación de estudios y ensayos sobre la oferta cinematográfica (productores, directores, la industria, el conjunto de personajes míticos, géneros, temáticas y enfoques de los filmes).

Las prácticas de relación con los bienes y servicios culturales son también modos de estar juntos y debemos explicar cómo se conectan con otras formas de estar juntos en el entorno social. No es suficiente señalar que las prácticas de consumo cultural facilitan la sociabilidad, entendida como la disposición a establecer diferentes formas de relaciones sociales. Estas formas varían histórica y contextualmente. Como ha señalado Todorov “así como la capacidad de hablar es universal y constitutiva de la humanidad mientras que las lenguas son diversas, la sociabilidad es universal, pero no sus formas”.1 Las ofertas culturales no son canales neutrales que sirven sólo para transmitir información y contenido simbólico a los públicos, sin alterar sus relaciones con los otros. A Harold Innis y Marshall McLuhan corresponde el crédito de haber vislumbrado como, más allá del contenido específico de los mensajes que transmiten (si bien en ocasiones también en relación con este contenido), cada medio de comunicación pauta formas de interacción con él y en torno a él, modificando los modos de experiencia en las sociedades modernas. John B. Thompson propone hacer extensivo su planteamiento al conjunto de las ofertas culturales, las cuales organizan sus actividades social, espacial y temporalmente, [End Page 33] intersectándose de maneras complejas con otros aspectos rutinarios de la vida diaria y al hacerlo “posibilitan nuevas formas de interacción social, modifican o socavan las viejas formas de interacción, crean nuevos focos y nuevas sedes para la acción y la interacción, y en consecuencia sirven para reestructurar las relaciones sociales existentes y las instituciones y organizaciones de las cuales forman parte”.2 Como veremos a lo largo de este artículo, las salas de cine fueron espacios clave para la desacralización de los espacios públicos y su conversión en puntales de la modernidad, permitieron el encuentro de los nacientes urbanitas, les proporcionaron códigos y ocasiones para el ejercicio de la sociabilidad y favorecieron nuevas formas de convivencia colectiva en los albores del siglo XXI para algunos sectores sociales.

Y comienza el ciclo Lumière

Sabemos por las crónicas periodísticas y el crecimiento vertiginoso de los espacios de exhibición, que el cinematógrafo cautivó a la población desde su llegada a la Ciudad de México en agosto de 1896. Aunque el espectáculo cinematográfico convocó inicialmente a las familias acomodadas, muy pronto todos fueron convidados. Primero gozó del cinematógrafo quien pudo pagar cincuenta centavos por una tanda3 de ocho vistas4 o un peso por un programa de doce. En pocos meses inició su popularización porque la competencia hizo bajar los precios y porque los locales de proyección se fueron diversificando: algunos eran permanentes, otros “de medio pelo”, así como carpas y “jacalones”–construcciones rústicas...

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