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  • El yo autobiográfico de Carmen Martín Gaite
  • Randolph D. Pope

La intensidad de la presencia del yo en la obra de Carmen Martín Gaite es inusitada: toda su obra tiene un matiz autobiográfico. Sabemos que el pronombre de primera persona está disponible para cualquiera, pero muy pocos consiguen hacerlo plenamente suyo. La mayor parte del tiempo el yo es notarial, desvaído, recatado y teñido de ficticio, aunque los autores nos aseguren de la correspondencia entre el yo del texto autobiográfico y el que llevan a diario de ir por casa. Pero junto a Borges y yo, yo y mi circunstancia, está el plenamente yo de Martín Gaite. Lo que la autoriza es este yo asumido, integral, en que podemos creer.

En muchos de sus ensayos la argumentación viene de la propia experiencia. En “Cuarto a espadas sobre las coplas de posguerra”, un artículo de 1972, critica un libro de Manuel Vázquez Montalbán en que unas coplas cantadas por Concha Piquer aparecen distorsionadas e incompletas según lo que recuerda Martín Gaite. Su evocación de cómo las muchachas de esa época escuchaban estas canciones como ventanas a un mundo más amplio y diverso afirma la importancia de la experiencia de escuchar y vivir sobre la escritura y el archivo. “Y yo,” dice con este yo que es el de ahora y el de ayer, “que por haber sacado de aquellas canciones de los años cuarenta todo el jugo que tenían creo poder hablar de sus sabores” (“Cuarto” 173). De saber a saborear hay una importante diferencia: muchos pueden compartir el mismo conocimiento y es fácil comprobarlo o transferirlo, pero el sabor es una experiencia que requiere poner en juego el cuerpo propio y único.

Lo raro es vivir, el título de su novela de 1997, subraya la dificultad no ya de escribir sobre la vida propia o ajena, sino de vivir plenamente. Lo difícil es acercar la grafía al bíos. Desde la chica salmantina que escuchaba a Concha Piquer y leía novelas de Elizabeth Mulder, hasta la ensayista de renombre internacional, encontramos siempre un mismo afán por escapar de la rutina, la formalidad y el marasmo no solo de las ideas recibidas, sino principalmente de la vida prescrita. De aquí la importancia que da a la espontaneidad, en vida y estilo, nunca posesión segura.

Incluso en Usos amorosos del dieciocho en España explica en la introducción que a partir de sus lecturas de novelas rosas que compartió con otras mujeres de su generación se remonta al romanticismo y luego a los primeros atisbos de libertad para las mujeres en la España ilustrada: “Y si yo misma, para hablar también de un caso particular, me parase a hacer un análisis de mi modo de pensar, elegir y proceder” (xv), afirma, pero la forma especulativa de la oración trasluce su método autobiográfico, escribir desde un punto de partida que es un caso particular. Al concluir su estudio afirma que “hemos llegado a la palabra que resume el quid de todas las cuestiones dieciochescas, incluida la de las relaciones humanas: de lo que se trataba, en definitiva, era de luchar por la libertad” (277). Pero no una lucha abstracta y difusa: “Soltar las mujeres su lengua y sus ademanes, librarlos de impedimentos, era precisamente lo que las podía resucitar y transformar, darles un aire distinto” (277, itálicas en el original).

Martín Gaite valora la conversación y el interlocutor que sabe escuchar porque es solamente en esa circunstancia que el yo se ve reconocido y apreciado como irremplazable. Entre sus textos [End Page 666] más autobiográficos y emocionantes está “Un aviso: Ha muerto Ignacio Aldecoa”, de 1969. Describe ahí sus años de universidad como académicamente poco memorables, pero rescatados por las amistades algo descarriadas que estimulaba Aldecoa. En este artículo van apareciendo Valverde, Aleixandre, Sánchez Ferlosio y otros que existieron. Porque esta es la afirmación audaz de la autobiografía: cuenta la verdad de la vida que solamente el...

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