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  • Maravillas y desengaños. La plata de Indias en crónicas peruanas del siglo XVII
  • Bernat Hernández

Una valoración del papel del oro y de la plata en la conquista y colonización del Nuevo Mundo no puede constatar sino una ambigüedad recurrente. De la literalidad de las crónicas de Indias a las interpretaciones que estos textos han suscitado hasta nuestros días, se deducen lecturas contradictorias sobre los metales preciosos como motor y como freno de la conquista.

El afán de riquezas se consideró clásicamente como un primer elemento movilizador de exploradores y conquistadores. Testimonios muy diversos lo avalan en términos de maravillas halladas en las tierras descubiertas que eran una proyección del imaginario medieval sobre el Nuevo Mundo: desde los diarios de un Cristóbal Colón, con sus decenas de referencias obsesivas al oro, hasta los memoriales de ese incansable vendedor de sueños áureos que fue Vasco Núñez de Balboa (Unali). Los relatos de Indias abundan asimismo en noticias sobre tierras legendarias (la saga de Eldorado) o describen tesoros prodigiosos – la enorme pepita o grano de oro hallado en La Española en 1506, “cosa monstruosa en naturaleza […] joya tan nueva y admirable” como escribiera Juan de Solórzano Pereira, lamentando su pérdida posterior en un naufragio (II, 424). El Potosí, como epítome de excelencias fue “cosa tan portentosa y admirable que de divinas ni humanas letras jamás se halló símil, rastro ni memoria” (Peñalosa 11).

La toponimia de los primeros enclaves continentales también es inequívoca respecto a esta fascinación bullonista, por ejemplo, en el caso del Darién: Castilla del Oro, Castilla Aurisia, Bética Áurea (Mena García). Del mismo modo, los historiadores han alimentado esta trascendencia casi fabulosa de la incidencia de los metales preciosos en la historia occidental durante la época moderna, perfilando odiseas casi míticas del real de a ocho o trazando los caminos de esa plata desde su principio en el Cerro Rico del Potosí hasta su [End Page 45] reposo final en la necrópolis de los reales castellanos que fue la China de la dinastía Ming (Ruiz Martín; Cipolla). Sobre los metales preciosos de Indias se habría mantenido la hegemonía del imperio hispánico de los Austria, cumpliéndose el designio histórico subrayado por algunos cronistas respecto al destino providencial de una plata que fuera una retribución justa del mundo americano por su evangelización y que sirviera para defender la fe católica de los embates de la herejía protestante. Para el carmelita descalzo Antonio de Santa María, las Indias habían enriquecido al mundo, pero especialmente a la corona hispánica, que había destinado sus recursos a la defensa de la iglesia, mantener ejércitos en las “fronteras católicas” y “hacer la guerra a los infieles y sujetar la perfidia de los herejes y mantener con total veneración la autoridad pontificia.” A cambio, la “católica recompensa” para los americanos había sido recibir los numerosos sacerdotes y religiosos que los habían cristianizado (16-17). En las minas de plata los indígenas, aun en condiciones que Benito de Peñalosa conceptúa de “horribilidad,” expiaban pecados propios y de sus ancestros. En su extenuación, “les da Dios a los que son católicos cristianos harta materia de merecer y priesa para salir desta mortal vida, dexando la suma infelicidad por el sumo gozo y bienaventuranza” (Peñalosa 28).

No obstante, el panorama que nos depara una lectura más ponderada de las crónicas y de sus exégetas es menos unánime sobre los beneficios del caudal inagotable de plata. En realidad, desde los primeros tiempos de la conquista proliferaron las críticas sobre los graves trastornos derivados de esa apetencia incontrolada de los conquistadores por las riquezas, que conducían al pillaje sistemático. Esta idea prendió no sólo entre los religiosos que pronto asimilaron esa avidez con la impiedad sino también entre algunos cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo, con miras tempranas y profundas respecto a la...

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