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  • “Tu dulce habla, ¿en cúya oreja suena?”:Cuerpo, intimidad y voz en la égloga primera de Garcilaso
  • Inés Azar

Después de muchos años de leer y releer la poesía de Garcilaso, regreso siempre a la misma pregunta ingenua que me hice cuando leí sus églogas por primera vez. Yo llegué a los textos de Garcilaso, tomada de la mano de Pedro Salinas, intrigada por la casi inconcebible intimidad de los poemas de La voz a ti debida. Ese título, con su deliberada apropiación del verso 12 de la égloga tercera, me invitaba a pensar que era precisamente la voz lo que Salinas proclamaba deberle a Garcilaso.1 Al leer los cantos de Salicio y de Nemoroso, escuché, por momentos, una voz tan singular e identificable como la de las personas que conocemos mejor y más estrechamente. Y en los pasajes en los que podía encontrarlas y reconocerlas, esas voces tenían la inmediatez y la llaneza del diálogo en intimidad. Y me pregunté entonces cómo es que se articula en un texto escrito, a medias mudo para siempre, no el sonido codificado que representa la grafía, sino el registro, el tono, la calidad, imposible de inscribir, de una voz. A medida que adquirí más consciencia crítica, más impertinente me pareció la pregunta que me había hecho como lectora “desocupada” de poesía. A distancia de años, entiendo ahora que la impertinencia tenía poco que ver con la inocencia de mi antigua pregunta y mucho que ver con la pobreza de nuestras herramientas de análisis cuando se trata de examinar el fenómeno de la voz, que es algo tan complejo y tan obstinadamente elusivo.

La palabra voz, como su étimo latino vox y su equivalente griego phoné, tiene el significado primario de ‘sonido que profiere por la boca el animal que tiene pulmones y laringe’.2 Todos los otros significados, cuya diversidad es notable, derivan en las tres lenguas de esta primera acepción. Y esta acepción nos propone ya una distinción bastante clara entre sujeto, persona y voz. Sujeto designa, en su origen, al argumento que en una proposición lógica está sometido (subjectum) a la predicación, y de ahí designa en gramática a la construcción nominal con la que concuerda el verbo de una oración. La palabra persona, por su parte, perdió o nunca tuvo en castellano el significado primario que tenía en latín. Persona designaba, como sabemos, a la máscara que usaban los actores en el teatro, pero lo que me interesa aquí es que persona designaba a esa máscara como el objeto a través del cual (per) el actor hacía pasar el sonido de su voz. Despojada de su [End Page 51] atadura originaria al cuerpo y a la voz, la palabra persona designa, en general, diversas formas de representación (ética, legal, gramatical, religiosa, filosófica) de los individuos de la especie humana. Pero en la multiplicidad de sus usos, persona recorre en castellano todo el espectro que va desde la abstracción conceptual de sujeto hasta la concretísima calidad de la asociación de la máscara teatral con el sonido de la voz y con el cuerpo del actor.3 La palabra voz es la única que designa, de manera primaria, a un fenómeno concreto, material, a la vez acústico y fisiológico. Y como tal, la voz no está simplemente relacionada con el cuerpo, está intrínsecamente unida al cuerpo del animal que la emite con pulmón, laringe y boca.4

Existen, por cierto, muchos usos tropológicos de la palabra voz, pero estoy convencida de que todos derivan, de una manera u otra, de los rasgos constitutivos y de las características contingentes que le reconocemos a la voz material y concreta: el tono, la inflexión, el ritmo, la cadencia, el volumen, la calidad. Más aún, es esa recalcitrante atadura de la voz con el cuerpo y con la presencia, creo yo, la que nos invita a hablar de voces (voz po...

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