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  • Benjamín Jarnés:Crisis de entreguerras y utopía estética
  • Juan Herrero-Senés

El novelista Benjamín Jarnés ha quedado como principal representante de la novela vanguardista, lo que ya en su tiempo le granjeó – como a muchos otros – cierta imagen de escritor preciosista, encerrado en su torre de marfil pergeñando ficciones alejadas de la realidad de su tiempo. Por eso en 1928 Giménez Caballero decía que era “inútil buscar en Jarnés la amargura, el sarcasmo, la mirada trágica, las grandes interrogaciones románticas, los problemas crudos e insolubles del mundo”. Si bien es cierto que Jarnés defendió la autonomía referencial y evaluativa de su obra y que se opuso a la supeditación de la literatura a la mímesis y comentario de la realidad, también lo es que tuvo clara consciencia de implicación con la realidad de su entorno, así como de su deber cívico como intelectual. A partir del año 1929, sólo tres años después de la aparición de El profesor inútil, una mayor involucración sería defendida y exigida a los jóvenes creadores que, a decir de Jarnés, le tenían “miedo” al mundo y se dedicaban a despreciar el contacto sensible con lo real (recuérdese la ‘nota preliminar’ a Paula y Paulita), vacando de una exigencia que años después Jarnés formularía así: “Los mismos poetas deben ser fieles a las preocupaciones de su tiempo, un poco sus cronistas de altura”; es decir, de las más altas preocupaciones, capaces de modificar la sensibilidad de una época. Están obligados a contribuir a la verdadera historia legítima del ‘espíritu de su época’ (Epistolario 310). Sin traicionar su estilo, Jarnés emprendió la ampliación temática y de registros de su obra, unió a las novelas y prosas artículos periodísticos, conferencias y apariciones públicas, biografías y ensayos, defendió su complementariedad como dos modos de conocimiento de la época, el “plástico” y el “filosófico” (“Vieja vida”), y llamó “incorporación discreta de nuestra voz al orfeón social” (“Viaje”) a esta voluntad cívica de describir, clarificar e interpretar su propio presente. El objetivo de este artículo es analizar el retrato de época aportado por Jarnés dentro y fuera de la ficción y cómo dialoga con otros diagnósticos contemporáneos en su pintura de un tiempo crítico que reclama una reformulación de sus bases espirituales. [End Page 287]

Después de unos años de cierto solipsismo y concentración en lo estético, la contemplación en derredor no significó para Jarnés inicialmente una experiencia agradable. El prólogo a la primera edición de Locura y muerte de Nadie narra este develamiento.1 Jarnés comienza aludiendo al hecho de que la novela no tenga apenas acción y se centre en el problema del surgimiento del protagonista, Juan Sánchez. Justifica esa decisión argumentando que los clásicos problemas “de vicios y virtudes” (5) se han desvanecido al borrarse los límites, esto es, la distinción misma entre el bien y el mal.2 Esta laxitud de valores traslucía el “problema gigante” que barría a todos: el de la muerte del individuo en un contexto del auge de las masas denunciado por Ortega. La novela exploraba esta disolución del individuo, a partir de la historia llevada al límite de un hombre que busca y no encuentra una justificación de su vida si no es “reconocido” por los demás – único modo que concibe de adquirir una “personalidad”. Jarnés afirma en el prólogo que él mismo ha sentido el miedo de Juan Sánchez, pero ha preferido guardárselo, “no asustar a los demás” (6), y transfigurarlo artísticamente, haciendo que “el gran pulpo desaparezca entre las ágiles escalas, entre los vivaces tornasoles” (6) de su estilo. Aquí Jarnés daba a entender tres cosas: primero, que ya en momentos anteriores de su vida había sentido el miedo...

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