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  • La Risa en la Fisiognomía Antigua y Medieval
  • Miguel Ángel González Manjarrés

Introducción

A lo largo de los siglos la risa ha sido objeto de estudio muy variado, abordada por filósofos, teólogos, historiadores, psicólogos, sociólogos, antropólogos, genetistas, médicos, lingüistas o críticos literarios. En cada época ha recibido atención diferente y cada rama del saber la ha interpretado con perspectivas distintas. Aun cuando a menudo se haya destacado su dificultad, su condición inasible y hasta arbitraria, la risa es una cuestión física y material que, según las neurociencias, se produciría en el sistema límbico del cerebro, una parte poco evolucionada que el hombre comparte con otros animales. La risa, por tanto, debe entenderse como un acto puramente mecánico,1 cuya activación cerebral provoca una liberación de neurotransmisores que incrementan la actividad cerebral, disminuyen la hormona del estrés y activan el sistema inmune. De ahí que la risa se considere una herramienta evolutiva que se instaló en el cerebro para ayudar a sobrevivir y, en última instancia, a vivir mejor.2

La explicación de la risa humana, por tanto, obedecería también a razones sociales, según señalara ya Bergson,3 por lo que puede concebirse como una fase intermedia entre el instinto y la intención. Reímos en [End Page 305] compañía porque la risa sería, en última instancia, un medio de comunicación no verbal, previo a la aparición del lenguaje mismo (los bebés ríen a los tres meses de vida y esbozan sonrisas desde las seis semanas, como ya señalara Aristóteles).4 Así pues, la risa (y la sonrisa, esa risa menor) es un elemento evolutivo y, por tanto, social, que suele desencadenarse de forma instintiva y emocional, a menudo en situaciones cómicas, placenteras o positivas, pero también en momentos agobiantes, desagradables o terribles, a modo de respuesta liberadora ante una situación máxima de estrés. No obstante, como fenómeno social, la risa puede asimismo simularse y fingirse, provocarse y mostrarse o contenerse y ocultarse, de ahí su condición variada y relativa, en dependencia de intencionalidades individuales o de patrones personales y grupales.5

La risa es, por tanto, un signo: refleja en el cuerpo y, sobre todo, en el rostro una serie de emociones liberadas en el cerebro. Y para ello se pone en funcionamiento un amplio conjunto de nuestra anatomía: todo el sistema de músculos de la cara y sus partes, el corazón, el diafragma, los músculos del tórax y la zona ventral e incluso las extremidades. El estudio detallado de tales muestras anatómicas puede llevar al desciframiento científico de emociones y estados de ánimo precisos, puede determinar si una persona ríe o sonríe de forma sincera o impostada, si miente o no miente con su risa o incluso si es reflejo de un estado patológico. De tales indagaciones se derivarían a su vez aplicaciones prácticas, pues podrían llevar a mejoras y progresos en medicina, economía, justicia, educación y hasta en las relaciones afectivas.6 [End Page 306]

La risa, como tal signo, fue ya desde antiguo objeto de estudio para filósofos, biólogos y médicos, que trataron de explicarla y comprenderla en la medida de sus posibilidades y conocimientos fisiológicos y psicológicos. Y pronto pasó también a valorarse en los textos de fisiognomía, que codificaban y explicaban “científicamente” toda una serie de intuiciones más o menos populares: se trataba en este caso de analizar, en virtud de la supuesta conexión de cuerpo y alma, las señales anatómicas — y en especial faciales — con que se manifestaba la risa, para conjeturar después la inclinación anímica que pudieran estar delatando y no solo, o no tanto, un estado de ánimo momentáneo. Pero ese proceso de codificación fue lento: si al principio la risa era casi marginal en los tratados fisiognómicos antiguos, en que además apenas se...

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