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  • Las Enfermedades de San Francisco de Asís
  • Maria Cambray I Amenós, MD (bio)

Primero de todo y antes de abordar el tema para someterlo a vuestra consideración tendría que pedir disculpas. Disculpas porque todo lo que voy a exponer no puede ser sino una aproximación de lo que pudo haber sucedido y lo es por varias razones. Primera, porque actualmente los médicos no nos atrevemos a dar ningún diagnóstico sin que exista el aval de una prueba radiológica o de laboratorio que, de manera concluyente, demuestre el origen del proceso patológico. Por ejemplo, en el caso de una enfermedad infecciosa precisamos de un cultivo de un líquido orgánico que certifique el agente causal de la misma o cuando estamos delante de un tumor canceroso, de una biopsia de tejido que testifique su presencia (a excepción de los casos de extrema gravedad que obligue a instaurar inmediatamente un tratamiento). A la vez obtenemos otras pruebas de laboratorio y de imagen para ratificar el alcance de la lesión. En el caso que nos ocupa, esto no será posible realizarlo y por lo tanto la duda persistirá. Bajo este prisma, lo que expondré será un trabajo abierto a todo una serie de nuevos abordajes que puedan seguir haciéndose.

Otra limitación que hay es que han pasado ocho siglos desde que tuvieron lugar los hechos. Sí que hay estudios (que no pueden ser sino aproximativos) sobre cual era la situación de las enfermedades en aquellos tiempos, pero han pasado demasiados años para decir que una dolencia en concreto se comportaba de una manera determinada, sobretodo en el caso de las enfermedades infecciosas, ya que sabemos que la población de bacterias y otros microorganismos que son causantes de enfermedad, van cambiando con el tiempo (son organismos vivos y por lo tanto sujetos a variaciones). Tenemos una muestra bien clara de lo que hablamos en los virus de la gripe que cada año pueden mutar y unas temporadas son [End Page 1] más virulentos que otras. También la respuesta del sistema inmunitario de los individuos seguramente era distinta a la nuestra: en aquellos tiempos la exposición a cualquier agente patógeno era lo más normal, en cambio, en nuestros días, hay adultos que nunca han estado en contacto con el bacilo tuberculoso, por ejemplo. Ahora sabemos que esto condiciona, y mucho, el estado de nuestra inmunidad, que es el sistema que tenemos para luchar contra las enfermedades.

Tercera fuente de error: las diferencias en los conocimientos médicos, también como entendemos las enfermedades y qué términos utilizamos ahora en relación al siglo XIII. Afortunadamente, en los relatos biográficos que hemos usado, casi siempre se anota el síntoma en concreto de la enfermedad: “vómitos de sangre,” “hinchazón del vientre,” “lagrimeo de los ojos.” Pero en otro momento se usa un término que ya puede ser una interpretación, según los paradigmas de la época, de lo que pudo haber sucedido: fiebres tercianas o cuartanas. Aquí tenemos que ser más cautos y no dar por hecho una interpretación puramente lineal, aunque Hipócrates, ya en el siglo IV aC, describió las fiebres intermitentes como tercianas y cuartanas y las relacionó con regiones pantanosas.1

También tendría que pedir disculpas al sujeto del estudio, San Francisco de Asís, aunque estoy convencida que, aparte de perdonarme, me bendeciría, pues así era su magnanimidad. Mi intención es acercarme a su persona y situarla en la dimensión de la enfermedad. Cuando San Francisco cantaba “loado seas, mi Señor, por aquellos que soportan enfermedad y tribulación” sabía muy bien qué se decía. De tribulaciones vivió unas cuantas y también enfermedades: en su juventud sufrió una de grave que podría haberle llevado a la muerte, después, toda su vida padeció indisposiciones gástricas y, de vez en cuando, episodios febriles que, si bien no comportaban riesgo para su vida, sí que le debilitaban y le dejaban exhausto; sufrió atroces dolores en los ojos y qued...

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