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  • Memoria y violencia en la novela El mar de Blai Bonet
  • Xavier Pla

En la historia de la literatura catalana, el nombre de Blai Bonet aparece reconocido sobre todo como poeta. Su fulgurante carrera poética a principios de los años cincuenta del siglo pasado, con una voz a la vez espiritual, dolorida y sensual, le catapultó pronto, desde su amada isla de Mallorca, hasta Barcelona, la capital de la cultura catalana. Su primer libro se titulaba Quatre poemes de Setmana Santa (Cuatro poemas de Semana Santa, 1950), y enseguida siguieron Entre el coral i l’espiga (Entre el coral y la espiga, 1952), Cant espiritual (Canto espiritual, 1953), Comèdia (Comedia, 1958), L’Evangeli segons un de tants (El Evangelio según uno de tantos, 1958) y tantos otros hasta El jove (El joven, 1987). Blai Bonet (Santanyí, Mallorca, 1926–1997) debe mucho a sus orígenes insulares, y su voz poética es inseparable de la gran tradición literaria mallorquina, compuesta sobre todo por un grupo de eclesiásticos, filólogos y poetas, mediterraneístas y catalanistas, que supieron renovar la poesía catalana con un lenguaje depurado y elegante, neoclásico, bien alejado de la lengua rural de ascendencia romántica del siglo xix.

Pero ya se sabe que la obra de un escritor es difícilmente descuartizable y que siempre se nos presenta, o siempre debe abordarse, como un todo, como una voz única que se expresa en el tiempo y en el espacio, indiferente a las convenciones o a las separaciones entre géneros literarios. Por ello, es seguro que en esta obra expansiva, que desborda las fronteras tradicionales, la poesía de Blai Bonet es inseparable de la novela, y la novela de los diarios, y todos a la vez son inseparables de su obra como crítico de arte o como articulista.1 Con la obra El mar (1958), [End Page 25] a la que siguieron títulos como Haceldama (1959), Judes i la primavera (Judas y la primavera, 1962), Míster Evasió (Míster Evasión, 1969), Si jo fos fuster i tu et diguessis Maria (Si yo fuera carpintero y tú te llamaras María, 1972), la novelística de Blai Bonet se constituyó como una de las obras más potentes e impactantes de la literatura catalana de posguerra. Y eso que, como novelista mallorquín, Blai Bonet partía con la dificultad de poder quedar totalmente eclipsado, siempre a la sombra de Llorenç Villalonga, el gran autor de Bearn (1961). Esa obra es uno de los grandes clásicos de la novela catalana del siglo xx, traducida a múltiples idiomas, adaptada al cine, lectura obligatoria en los institutos y las universidades, escrita por un novelista que ha sido justamente comparado a Tomasi di Lampedusa y su extraordinario Il Gatopardo, con el que tantas semejanzas presenta.

En todo caso, la energía de la voz del mallorquín Blai Bonet es, en este sentido, incuestionable y difícilmente equiparable a ninguna otra voz literaria catalana. Es una voz solar, exaltada, convulsionada, radical, lúcida, contradictoria, apasionada. Su escritura nerviosa y sobrecogedora, precursora del textualismo en lengua catalana (Quim Monzó, Biel Mesquida, entre otros), a veces es inquietante y enigmática, siempre traquetea la conciencia del lector, que nunca se puede mostrar indiferente. Bonet es un autor que concibe la literatura como un acto de riesgo, de tensión extrema, de una gran fuerza interior, y quizá por eso traduce Jean Genet y Bernard Marie Koltès al catalán. Quizá también por este motivo, a veces, es difícil y hermético, pero el lector siempre acaba dándose cuenta de que este carácter inaprensible de su obra es fatalmente fascinante porque, de alguna manera u otra, percibe una coherencia interna, una lógica secreta, un vínculo indisociable con su autor: “Mi intención cuando escribo es dar luz al que me lee. Quiero iluminar un poco la realidad, darle un poco más de claridad de la que tiene, hacer que resalte. Uno de los elementos básicos de la poesía de todos los tiempos es resaltar la realidad”. La propuesta...

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