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  • Hispania Guest Editorial
  • Gerardo Piña-Rosales, Director, ANLE

En el mes de abril de 2009, la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y la Asociación Americana de Profesores de Español y Portugués suscribieron un convenio de colaboración. Todos sabemos que la mayoría de este tipo de convenios, una vez que han sido anunciados, a bombo y platillo, por los medios de información, suelen quedarse en agua de borrajas. Es decir, que después de los mutuos parabienes y congratulaciones de rigor, el flamante convenio cae en el más ominoso de los olvidos. Sin embargo, no ha ocurrido así con el acuerdo firmado por estas dos importantes instituciones. Ni que decir tiene que desde mucho antes de la firma del convenio la AATSP y la ANLE eran ya si no hermanas, por lo menos primas. En efecto, numerosas fueron las reseñas y comunicados de prensa que periódicamente se publicaron en las páginas de Hispania; y fueron también numerosos los contactos entre miembros de ambas instituciones. Y es natural, porque al fin y al cabo, la razón de ser de la AATSP y la ANLE no es otra que la lengua española (y en el caso de la primera, también el portugués).

Para la ANLE, vinculada, como las demás academias hermanas, a la venerable Real Academia Española, la firma del convenio representaba una oportunidad ideal para que algunos profesores de español de este país—y el público en general—se enteraran de que las academias no son reductos de un rancio archiconservadurismo a ultranza ni los académicos dinosaurios con bigote y traje gris de doble pecho, con la misión de fulminar, desde sus olímpicas alturas, a los pobres hispanounidenses, que ignoran la gramática (esa señora tan antipática) y las reglas del buen decir. Si por cualquier razón se les habla de los académicos de la lengua, tuercen el gesto con indisimulado desdén, como si dijeran: “Ah sí, esos fosilizados señores que se pasan la vida decretando qué se puede y cómo se debe decir”. La mayoría de los académicos de nuestro tiempo se han desempolvado las pelucas dieciochescas. Suelen ser gente corriente y moliente, aunque, eso sí, con toda una vida dedicada al estudio de la lengua española, por la que muestran no solo un interés científico, sino también—lo que es más importante—un gran amor, una irreductible pasión. Si cuando se nos avería el automóvil, buscamos a un buen mecánico que nos lo repare, ¿por qué no pensar que la lengua también tiene sus mecánicos, a los que conviene acudir cuando alguna de sus piezas—ya sea morfológica, sintáctica, ortográfica, etc.—no carbura? Después de todo, no es tarea fácil, si tenemos en cuenta que en los Estados Unidos hay ya cincuenta millones de hispanounidenses. Por otra parte, la ANLE no pretende ser la policía del español en EEUU, sino más bien la fuente de consulta, consciente de la naturaleza dinámica de la lengua en este país.

Tras el convenio, el primer objetivo que varios miembros de la AATSP y académicos de la ANLE nos propusimos alcanzar fue el de crear una comisión que analizara, con criterios científicos (agradezcamos los avances tecnológicos), la situación de los estudiantes hispanohablantes de herencia, los llamados “heritage speakers”. No es el momento ahora de dar a conocer los resultados de estas primeras investigaciones. En el próximo congreso de la AATSP, en Puerto Rico, presentaremos algunos de estos resultados.

Puede parecer perogrullesco, pero los estudiantes hispanos se benefician enormemente del estudio de la lengua española. En algunos casos, la alfabetización se consigue de un modo mucho más rápido y eficaz si se le permite al estudiante mantener y perfeccionar la lengua materna. En los centros de educación donde el estudiantado es multicultural, los estudiantes bilingües—y biculturales—pueden ser modelos para el fecundo trasvase de ideas...

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