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  • El FITEI 34º y los nuevos paradigmas y lenguajes teatrales
  • Mario A. Rojas

Entre el 2 de mayo y el 5 de junio, en Oporto y Matosinhos, Portugal, se realizó la versión 34º del Festival Internacional de Teatro de Expressão Ibérica (FITEI) que contó con la participación de grupos de España, Portugal y América Latina. En este festival tienen cabida espectáculos con propuestas estéticas tradicionales, artísticamente de calidad pero, también, se recibe a grupos que se atreven a ir más allá de los márgenes de lo acostumbrado, que proponen nuevos modos de hacer teatro, mediante la concepción de nuevos diseños del espacio escénico y la exploración de nuevos modos de organización escénica que destacan elementos visuales y auditivos. Hay otros caracterizados por el empleo de lenguajes tecnológicos que, de simples medios, ahora se plantean como dominantes en la construcción dramática. En esta reseña del FITEI, en concordancia con las líneas editoriales de este volumen de LATR, dedicaremos especial importancia a los espectáculos que se atrevieron a pasar la raya de la cotidianidad, tanto en modos de producción como de recepción, para ofrecernos nuevos paradigmas que, como sucede en la historia del arte, vendrán a reemplazar las normas escénicas vigentes y así sucesivamente. Es interesante observar, sin embargo, que estas nuevas propuestas no producen un extrañamiento que incomode al espectador (como sucedió en su comienzo con el teatro del absurdo, tipo Ionesco o con el desafiante de Artaud); todo lo contrario, concita en él el goce estético que traen la creatividad y la sorpresa, dos elementos esenciales del teatro innovador.

Empezaremos por un espectáculo que tuvo mucho éxito en su país y que ha circulado en varios festivales. Me refiero a El gallo, un montaje del grupo mexicano Teatro de Ciertos Habitantes, ya conocido internacionalmente por su De monstruos y prodigios: la historia de los castrati. El director Claudio Valdés Kuri, que esta vez contó con la ayuda del compositor británico Paul Baker, crea de nuevo un espectáculo relacionado con la música, pero [End Page 179] con un pie más firme en este arte. En el programa de mano, El gallo se describe como “uma ‘ópera para actores’” (34) con lo cual se anuncia el juego inter-genérico que dará el tono mayor al espectáculo. El espectáculo se presenta auto-reflexivamente, en un proceso que se desenvuelve delante del espectador. Hay un grupo de músicos que asiste a una prueba, o en términos del campo musical, a una auditoria de competencia, que les permitirá trabajar en un proyecto musical con el que, precisamente, culmina el espectáculo. Los signos lingüísticos pasan a un segundo plano ya que, se supone, los concursantes hablan diferentes lenguas y se comunican por medio de un embrionario e insuficiente lenguaje inventado. Esto hace que la gestualidad y los movimientos corporales sean fundamentales en la acción dramática. El nivel de perfección musical (unos más, otros menos) de los cantantes hace pensar que se trata de profesionales del canto, pero —me lo aclaró Baker en una breve entrevista— todos los participantes son actores que sí poseen un talento musical innato y que, gracias a él y un largo proceso de preparación, logran tal nivel interpretativo. El deseo de conseguir un contrato hace que la ansiedad y la competitividad desaten en los concursantes recelos, envidias y odios, con tensas situaciones acrecentadas por un examinador neurótico, que exige más y más, a veces de manera incomprensible para los músicos. Todo esto de hilarante comicidad. A mí me parece que, a lo mejor sin quererlo, este espectáculo ofrece una interesante lectura: el grupo, metafóricamente, alecciona al crítico de teatro, sobre todo al de periódico, que generalmente ve sólo el producto (como es la presentación final de los actores-cantantes) sin conocer el proceso que lleva a ese resultado o ni siquiera darse el trabajo de imaginarlo para evaluar el resultado de una manera...

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