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  • Laberintos, mappae mundi y geografías en el Laberinto de Fortuna de Juan de Mena y en la edición de Las Trezientas de Hernán Núñez
  • Frank A. Domínguez

En el Laberinto de Fortuna, compuesto por Juan de Mena en 1444, se alude a la leyenda de Teseo y el Minotauro sólo cuatro veces. Una de estas citas es a la primera persona que ve en el círculo de la Luna, y a quien Mena identifica a través de una referencia a su padre, pero sin decir el nombre de ninguno de los dos: "Pues vimos al hijo de aquel que sobró, / por arte mañosa más que por estincto, / los muchos reveses del grand Labyrintho, / y al Minotauro al fin acabó" (Weiss y Cortijo, copla 63; 127). Se trata de Hipólito, hijo de Hipólita, la Amazona, y de Teseo, el que mató al Minotauro. El único otro participante en la historia del Minotauro que es parte de una visión es Pasífae, mencionada a su vez en la copla 104: "vimos, venidos un poco adelante, / plañir a Pasíphae sus actos indignos, / la qual antepuso el toro a ti, Minos" (188).

Las otras citas a la leyenda no son a visiones de personajes; en la primera, Mena dice que el nombre de la isla Icaria se debe a la caída al mar de Ícaro, [End Page 149] hijo de Dédalo: "A la qual el náufrago dio / de Ícaro nombre que nunca perdió" (copla 52; 113); y en la segunda compara el trono de Juan II con la obra del arquitecto Dédalo: "y él en una silla tan rica labrada / como si Dédalo bien la hiziera" (copla 142; 307).1 Estas pocas alusiones al mito en un poema que tiene entre doscientas noventa y siete o trescientas octavas de arte mayor indican, por su parquedad, que la leyenda no afecta substancialmente la obra.2

El "laberinto" que da título al poema está vinculado a la leyenda griega a través de una óptica que lo convierte principalmente en una metáfora cristiana, a diferencia del laberinto cretense que es, más que nada, un edificio con innumerables habitaciones y galerías, superiores y subterráneas, que esconde al Minotauro en su centro. Mena designa al mundo con la palabra "laberinto" por la dificultad que tienen los seres humanos en saber las consecuencias de su destino. Por lo tanto éstos caracterizan a su forma alegórica, Fortuna, como "mudable" (copla 7; 27), "sin orden" (copla 9; 30), "aborrida" (copla 12; 35), "dura", "cruel" (copla 202; 375), y "ciega" (copla 267; 479), porque sus casos les parecen "falaces" (copla 2; 17), "inciertos" y "fluctuosos" (copla 12; 35). Este artículo pretende explorar más profundamente el significado del "laberinto" para los coetáneos de Mena con el objetivo secundario de examinar el uso de la leyenda clásica en el prólogo y en las glosas que Hernán Núñez añade a su edición cuarenta y tres años después de la muerte del poeta, a la cual llama Las Trezientas del famosíssimo poeta Juan de Mena con glosa (1499).3 [End Page 150]

Simbólicamente, la palabra laberinto designa cualquier lugar, cosa o estado psíquico que, por su intencionada complejidad, es difícil de transitar. Sin embargo, la principal interpretación medieval es casi siempre la misma: el laberinto sirve de metáfora temporal que compara el transcurrir de la vida del ser humano a una deambulación por el mundo que principia al nacer y acaba al morir. El lento caminar de los seres humanos es análogo a una peregrinación y puede ser descrito alegóricamente como un descenso al infierno y subida al paraíso cristiano, generalmente con la ayuda de un guía, tal como sucede con Virgilio en la Divina Commedia de Dante.4 No se trata, como dije, de la estructura construida por Dédalo - aunque el nombre del arquitecto se mencione-, sino de la travesía humana en busca de la "morada sin pesar" manriqueña:

    Este mundo es el...

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