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  • De Castillo a Dutton:Cinco siglos de cancioneros
  • Cleofé Tato García and Óscar Perea Rodríguez

La idea de este número monográfico nació en el I Seminario sobre poesía cancioneril que tuvo lugar en la Universidade da Coruña entre el 28 y el 30 de mayo de 2008, al amparo de uno de los proyectos de investigación sobre el Cancionero de Palacio que desde allí se llevan a cabo.1 Desde el comité editorial de La corónica se consideró el interés de la propuesta, mas, siguiendo sus directrices, esta no se restringió, como inicialmente el equipo de investigación había planteado, ni a un cancionero concreto ni a una etapa determinada; además, dada la feliz coincidencia de la fecha prevista para su salida, se difundió la convocatoria para el critical cluster haciendo explícita la conmemoración del quinto centenario del Cancionero general que Hernando del Castillo publica en Valencia en 1511. Y lo cierto es que esta no es la única celebración que la comunidad científica ha dedicado a este evento a lo largo de 2011: entre el 11 y el 13 de abril se ha celebrado el Congreso V Centenario del Cancionero general de Hernando del Castillo, [End Page 89] organizado por la Universidad de Valencia, mientras que la Pontificia Universidad Católica Argentina convocó otro en Buenos Aires, del 24 al 26 de agosto, en el marco de las X Jornadas Internacionales de Literatura Española Medieval.

Parece justo que la compilación de Castillo sea atendida debidamente, pues su colección poética, que da cabida a más de 3 000 textos, vino a poner el broche de oro de un intenso y extenso fenómeno cancioneril que se inició prácticamente en el primer cuarto del siglo XIV. Castillo nos dice en el prólogo que reunió poemas a lo largo de más de veinte años y, por fin, tras mucho tiempo de andar coleccionando e investigando con los textos, se decidió "a sacar en limpio el cancionero . . . o la mayor parte de él y dar manera cómo fuesse comunicado a todos" (Ir). No da, pues, a la imprenta todo lo que tiene -en una rúbrica él mismo nos dice que de Mena saca las obras "que comúnmemente no andan escriptas" (28r)-, y posiblemente operó con otros criterios de selección de los que poco a poco vamos sabiendo. Así, pues, Castillo espiga de entre las fuentes que maneja, luego dispone unos criterios para su organización -materias, autores y géneros-, proporciona rúbricas para los textos -unas más ricas en información, otras menos-, prepara un prólogo y dos tablas -una de obras, otra de autores-, ofrece un título y seguramente también interviene editorialmente corrigiendo los textos. Su preocupación por presentarnos un cancionero organizado y amplio obtiene frutos de modo inmediato: alcanza un éxito editorial extraordinario y conoce sucesivas ediciones a lo largo del siglo XVI y también derivaciones o secuelas; tal vez Martín Nucio, cuando en 1547 lleva a la imprenta antuerpiense su colección y se vale del título de Cancionero de romances, esté buscando, desde antes de su nacimiento, un logro semejante al del Cancionero general.

Es mucha la bibliografía existente sobre este cancionero, que, como se ha dicho, pone el cierre a la producción cancioneril. Con él concluye de forma gloriosa el quehacer poético de una etapa larga, pues nunca antes se había conocido en lengua española una colección de poesías semejante: hay otros notables cancioneros impresos en castellano, desde el de Ramón de Llavia hasta el de Juan del Encina, pero el Cancionero general los supera con [End Page 90] creces. No cabe aquí hacer recuento de todas las aportaciones que han ido saliendo sobre esta antología: hoy podemos leer con facilidad el cancionero, pues a la benemérita labor de Rodríguez-Moñino se sumó una nueva edición, la de González Cuenca, estrenada apenas comenzado el milenio. Conocemos mejor a sus poetas, sus textos, los géneros...

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