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  • Introducción
  • Luis Martín-Cabrera (bio)

Corría el año 2005, El Partido Socialista Obrero Español encabezado por José Luis Rodríguez Zapatero había ganado las elecciones en marzo del 2004 tras las fuertes movilizaciones populares que siguieron a los atentados terroristas del 11-M en respuesta a los burdos intentos de manipulación del Partido Popular (PP) para mantenerse en el poder. En el primer año de la legislación socialista José Luis Rodríguez Zapatero retiró las tropas de Irak como había prometido durante la campaña electoral (aunque no de Afganistán) y aprobó una ley de parejas del mismo sexo—la tercera del mundo después de las de Bélgica y Holanda. En los años subsiguientes, el gobierno socialista aprobó también una ley de igualdad de género (2007) y una ley de memoria histórica (2007) que reconocía por primera vez desde la llegada de la democracia la existencia de las víctimas de la guerra civil del "bando republicano."

Poco a poco se fue instalando la idea en foros de debate tanto en España como en el extranjero de que las cosas iban bien: la economía crecía desmesuradamente, España se situaba a la cabeza de los países de la Unión Europea en términos de legislación social (aunque no de inversión en gasto social) y salvo la "crispación política" generada por un Partido Popular que se negaba a aceptar su derrota electoral, no había mayores problemas. En medio de este clima eufórico, en el 2005, el editor de Caballo de Troya, Constatino Bértolo, me hace llegar [End Page 113] una novela en que contaba una historia muy diferente: El año que tampoco hicimos la revolución del Colectivo Todoazen. La novela, tal y como se detalla en el ensayo que sigue a continuación, trataba de abordar el misterio de un país en el que un "0,16 % de los contribuyentes posee el 27,5% de los depósitos del sistema bancario" (El año 361), un país en el que los beneficios empresariales aumentaban vertiginosamente mientras los salarios permanecían estancados sin que hubiera ningún síntoma de revuelta social. La novela, salvo las reseñas y entrevistas publicadas en medios alternativos como Rebelión.org, La Dinamo o la Revista Youkali pasó prácticamente desapercibida para la mayoría del establishment literario español. Felix de Azúa, la excepción que confirma la regla, escribió que El año era "la novela más original de la edición europea (o mundial)"1 pero lo hizo en su blog, no en una de sus columnas del diario El país (hay que saber bien como gastar el capital simbólico).

En el 2007, el mismo año que se aprueban las leyes de memoria histórica e igualdad de género, Belén Gopegui publica El Padre de Blancanieves: una incisiva crítica que aborda no sólo el papel del trabajo en nuestra sociedad contemporánea, sino también las complicidades de la clase media con la perpetuación de un sistema fundamentalmente injusto. A pesar de ser una rara avis en el panorama literario español, el libro es en general bien acogido, aunque todavía hay quien escribe, como José María Pozuelo Yvancos, cosas como esta:

el problema es que [Belén Gopegui] sacrifica esos elementos literarios, tanto la acción como los comportamientos de los personajes, a la contundencia de su discurso político. Que el sermón diga (a veces no siempre) verdades, bien que muy simplificadas, es aquí lo de menos

(14).2

Los argumentos formales de Pozuelo Yváncos, lejos de ser neutrales o apolíticos, son sintomáticos de una crítica que sigue entendiendo las novelas de Gopegui desde un estrecho prisma estético que las priva de su verdadero potencial político.

Hasta el año 2008, textos como El año que tampoco hicimos la revolución o El padre de Blancanieves representaban una posición política que, por distintos motivos...

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