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  • Reportaje al pie de la escena
  • Víctor Reyna

Jerzy Grotowsky sacudió al mundo con su teatro pobre cuando pre-sentó, en los años 60 del siglo pasado, el manifiesto de un estilo de transición1 que proponía lecturas enfáticas en torno a dos elementos esenciales: actor y público. Al maestro polaco le interesaba descubrir al actor como un todo aunque para ello fuera necesario la construcción de una poética performativa particular, a partir de un método científico en el que cuerpo, voz y psiquis llegaran a alcanzar el máximo de armonía estética dentro de un fenómeno teatral en el que el espectador permanece como testigo activo, capaz de presenciar y no olvidar.

Con su inusual desapego al texto, Grotowsky libera al teatro de la "matriz literaria." Desarrolla fuertes y constantes experimentos para fortalecer la capacidad comunicativa del intérprete y su expresión física, así como persigue intensificar los vínculos entre actor y espectador, una de las corrientes más activas del laboratorio de Wroclaw.2 Contrariamente a lo que se conoce estos preceptos son mucho más trascendentes que la simpleza de una escena desnuda, a lo que popularmente se ha reducido la referencia de teatro pobre. Idea que erróneamente deja de lado la indagación antropológica. Búsqueda dirigida a la expresión original, empeñada en cristalizar la comunicación espectacular por medio de resortes ancestrales. Es por ello que el actor, para Grotowsky, está en el centro de la escena y no precisamente porque se haya despoblado de lo demás. Sino porque ese actor, poblado y edificado desde el interior representa el elemento más rico y maleable del espectáculo sin retóricas de ninguna índole.

Consciente de la herencia grotowskiana Rubén Pagura estructura un homenaje a Julius Fucik, basado en el testimonio que el dramaturgo y periodista checo escribiera durante sus últimos días. Reportaje al pie de la horca sirve de comodín para articular un discurso teatral comprometido con [End Page 145] la esencia más genuina del individuo y su derecho a la libertad de expresión y pensamiento, más allá de cualquier apego ideológico.

Uno de los elementos más sobresalientes en la puesta, que también dirige el propio Pagura, es el intento de estimular esas reacciones humanas primitivas en el actor que tanto sedujeron al maestro polaco. Hacia ese actor convertido en todo teatral, sin auxilio de los consabidos bienes parafernales, hasta alcanzar la expresión plena, sin cortapisas ni bloqueos, se dirige la revalorización del estudiado sistema psico-físico. Grotowsky es el artesano de la técnica inductiva. Su contraposición a la acumulación de habilidades del actuante le llevó a provocar una revelación/revelación del actor contra sí mismo en aras de restaurar sus impulsos naturales. Cuando asistimos a la propuesta de Julius disfrutamos, de alguna manera, un espectáculo cargado de este tipo de premisas, donde las artes expresivas del actor facilitan la fluidez de un conjunto de gestos, sonidos, movimientos, en ocasiones más cercanos a un ritual primitivo que a un ejercicio contemporáneo de actuación. Aunque también conocemos que lo contemporáneo suele ser contradictoriamente primitivo porque lo que más nos llama la atención es la recuperación de lo arcaico.

El texto de Julius avanza al servicio del actor-director y el público articulando un proceso de identificación ideológica en el que interviene la conciencia del intérprete y la metaconciencia del personaje. Es decir, un proceso de pre-concientización estética del personaje a través de la mirada objetiva de los encargados de componer la puesta en escena. Cuando Julius se convierte en personaje teatral, ya había sido mitificado. Y Julius, como personaje-mito, alcanza una dimensión metalingüística en escena cuando al convertirse en vehículo de confrontación entre el actor, puesta y público, suceso que el texto original o la versión dramatúrgica no provocarían por si solos.

En el espectáculo unipersonal de Rubén...

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