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  • Mejor no haber nacido:Contextos y variantes en la tradición castellana del contemptu mundi
  • Juan Miguel Valero Moreno

"Hora novissima, tempora pessima sunt - vigilemus". Así se expresa el verso inicial (y el último) del primer libro de De contemptu mundi, fascinante poema del que ha sido llamado el Juvenal cristiano, Bernardo de Cluny. A Virgilio no se le habría ocurrido templar uno de sus hexámetros con un superlativo como el que califica la "hora" de Bernardo, pero en los tiempos que corrían, mediados del siglo XI, al servus de Pedro el Venerable no le parecía que hubiera cosa más apropiada. Desde la perspectiva escatológica de Bernardo la "hora novissima", el final de los tiempos, el no tiempo, invita a la huida y el escape de este mundo, cuyo reino, sujeto al tiempo, es perecedero. Nunc/Cras: ahora y mañana son los dos momentos de la flor y su cadáver ajado, mortal y rosa. Todavía es tiempo, pero ese tiempo es ya muy breve, para la penitencia, el arrepentimiento y la transformación espiritual.

Nolite diligere mundum, neque ea quae in mundo sunt . . . quoniam omne quod est in mundo, concupiscentia carnis est, et concupiscentia oculorum et superbia vitae . . . mundus transit, et concupiscentia eius. [End Page 273]

Filioli, novissima hora est: et sicut audistis quia antichristus venit: et nunc antichristi multi facti sunt: unde scimus quia novissima hora est.

(1 Juan 2, 15-18)

Que el mundo no te conozca, porque ello será símbolo de que Dios sí te conoce, pues vives en su amor (charitas) y su luz, con el corazón puesto en Sión, en la Jerusalén Celeste, y no en el laberinto de babilonias que azaran al hombre y entenebrecen su espíritu. Estos últimos, que bien podrían haber sido pensamientos de Juan o de Bernardo, son el pretendido consuelo del hombre que espera a que se manifieste la "hora novissima" y se deshagan los "tempora pessima". Vigila, pues. Pero la vigilia, para cuyo fin no se ha fijado término cierto, incluye la residencia en la tierra, la inevitable permanencia.

¿Acaso no habría sido mejor no haber nacido a este valle de lágrimas, territorio del horror, habitáculo de toda monstruosidad y vicio? Y, dado lo inevitable, una vez caídos en él, hijos del limo, ¿cómo vivir en el mundo? ¿Se ha de despreciar la obra y la voluntad de Dios? ¿Cuál es el sentido de este tránsito? ¿Con qué tenor de vida arrostrarlo?

Juan y Bernardo no fueron los primeros ni los últimos en plantearse tan erizadas cuestiones. De las calamidades sufridas por Gilgamesh, de Teognis a Crantor, de Homero a Sófocles, de Platón a Aristóteles, de Cicerón a Séneca, Agustín, Ambrosio, Bernardo, Lotario, Petrarca o Erasmo, un hilo de diamante une al hombre con la incredulidad y el desasosiego por su triste destino. Así parece condensado en el adagio de Erasmo, al que había dado por leer y comentar a Plinio: "optimum non nasci", mejor no haber nacido.1

Aquellos tiempos pésimos sobre los que pisa Bernardo sorprenden todavía por su vitalidad desbordante: el saber de los clérigos y los escolares alcanza [End Page 274] entonces cimas que en muchos otros tiempos no han vuelto a ser remontadas. El mundo florece, más activo que nunca. Mientras unos parecen empeñados en huir del mundo, otros, a menudo los mismos, se afanan por permanecer en él como si nunca fueran a abandonarlo. El desprecio del mundo coincide -sería absurdo reducirlo a mera paradoja- con la exaltación de lo humano y el poder del hombre sobre la tierra. Por un lado los lamentos, por otro los avisos y precauciones de todos aquellos compositores de regimina principum que encaminan el gobierno de príncipes y reyes para garantizar y legitimar su poder so capa de las benéficas virtudes que, como los hermanos de la abadía de Bernardo, van a aprender.

Los "tempora pessima", desde la perspectiva amplia de la historia, estaban por llegar. A finales del siglo XI, en una fecha no del todo...

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