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  • Psicomaquias, disputas y retóricas:La olla podrida del debate cuatrocentista
  • José Miguel Martínez Torrejón

Común y ya antigua es la idea de que el debate constituye un género literario diferenciado y abundante en la Edad Media, con una serie de convenciones reconocibles; algo parecido le sucede al diálogo renacentista, que en los últimos años ha gozado de una notable bonanza crítica. No acaba de arraigar, sin embargo, la práctica de estudiar estos géneros emparentados desde la perspectiva de lo único que en realidad los define como tales o por lo menos debería justificar que se los aglutine en una familia: la dialéctica, los modos, reglas y técnicas aplicados para llevar adelante el intercambio verbal o para impedir que tal intercambio tenga lugar. Querer discernir entre los diversos modos dialécticos (reales o fingidos), sin embargo, parece consecuencia lógica de la ya habitual búsqueda de los orígenes del Renacimiento en el surgir de una nueva manera de entender las artes del discurso. Este acercamiento crítico, predominante desde hace más de medio siglo, ha llevado a una gran abundancia de estudios consagrados a las ideas retóricas en los siglos XV y XVI, pero no deja de sorprender la [End Page 183] escasez de los dedicados a la puesta en práctica de las mismas, al estudio de textos literarios desde esas ideas retóricas que supuestamente están en sus orígenes. Precisamente la literatura dialogada, con versiones medievales y renacentistas tan abundantes como dispares, ofrece un campo privilegiado para el estudio de la evolución de las prácticas discursivas, y puede por tanto arrojar mucha luz sobre la amplia transición cultural sucedida a lo largo del siglo XV.1 Propongo utilizar este acercamiento para hacer algunas calas en la obra de Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, Juan de Mena, Gómez Manrique y Rodrigo de Cota. En todos ellos, de antiguo instalados en la cuerda floja de la periodización literaria ("Prerrenacimiento", "Edad Media tardía", "introductor de . . .", "transición a . . .", "recapitulación y renovación de . . ."), encontramos también en este aspecto indefiniciones graves, pues no es lo mismo disputa y apariencia de disputa, diálogo y apariencia de diálogo. Pero ello no se puede atribuir a falta de pericia retórica ni a deficientes [End Page 184] estados de transición. Bien al contrario: la riqueza de tradiciones que se dan cita en este momento se pone cuidadosamente al servicio de fines tan sorprendentes como mostrar la misma inutilidad de la palabra.

El trasfondo escolástico

Se suele afirmar que el florecimiento medieval de la literatura de debates por toda Europa se debe a la inserción en el currículo de la lógica aristotélica y a la consiguiente invasión de la vida universitaria por parte de la misma y de su más famosa criatura: la disputatio, una técnica de discusión elevada a la categoría de método filosófico, pues lleva a una verdad incontestable por el camino de poner a prueba todas las posibles contradicciones a una hipótesis dada (propositio); así se alcanza una resolución (determinatio), y se confirma como verdad lo que empezó siendo mera posibilidad. El prestigio alcanzado por el método hace que pronto se usen formas afines para predicar y adoctrinar, para diseminar una opinión predeterminada por el camino de ponerle el sello de calidad, la apariencia de probada verdad que tiene, siendo todo derivado o imitación de la disputatio (Glorieux, Murphy).

Todo esto es en gran parte indiscutible, pero la nueva dialéctica no es única en cuanto fuente de diálogos y debates, sino que se superpone a formas que preexisten y sobreviven simultáneamente, dando lugar a una notable variedad: la poesía goliárdica se había mostrado particularmente aficionada a formas clásicas como la altercatio, en que el carácter o la primacía de los interlocutores es el objeto de la discusión que los enfrenta, la contentio, en que opinan sobre un tema ajeno, y hasta formas derivadas...

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