- Las empresas de Cuba 1958
Pienso que uno de los méritos de esta obra radica en que el autor no se propuso deslumbrar a nadie. Su designio fue en todo momento ser útil, entregarles a los lectores cubanos de hoy una obra que fuera una arma de conocimiento. La otra virtud del trabajo—que es también obra del autor y por consiguiente de la promoción revolucionaria que emergió de las aulas universitarias con José Antonio Echevarria—es que la labor abrumadora que implicó la terminación de su obra fue realizada para cumplir con un deber moral. La mayor parte de la tarea fue realizada cuando el autor había cumplido con sus obligaciones y deberes laborales con la sociedad, prácticamente sin recursos ni asistencia oficial. Ya lo había dicho Saint Just "el descanso de los revolucionarios es la tumba". Para la gente como el autor no hay modo de que la edad lo aparte de su deber para cumplir con sus compatriotas. [End Page 121]
Desde luego, los condicionamientos morales que rodearon la gestación de esta obra constituyen tan solo el estímulo que hizo posible su creación. Su valor intrínseco como herramienta del conocimiento histórico radica en la labor paciente y acuciosa de excavación, de acumulación de datos y de información dispersa en cientos de textos y fuentes diversas, realizadas por el autor. Tal labor ha requerido una tarea de clasificación asistida por técnicas creadas ad hoc por el autor. La historiografía, como la arqueología, es una disciplina científica que solo progresa a través de la introducción de nuevos métodos de investigación y del descubrimiento de nuevas evidencias. Solo que los arqueólogos, con más frecuencia que los historiadores, son sorprendidos por el carácter casual de sus hallazgos. Y si bien los métodos de detección y búsqueda modernos de restos arqueológicos se basan en estudios de campo previos y en los avances de la ciencia y la tecnología modernas, es frecuente que el azar determine algunos de sus hallazgos. Los historiadores, en cambio, trabajan con métodos artesanales y si bien pueden elaborarse programas de computación que facilitan considerablemente el trabajo de compilación, la labor de prospección de las fuentes conserva un carácter artesanal. Mientras el arqueólogo busca un solo punto donde se hallan las ruinas o los objetos arcaicos, el historiador, debe acudir a un sinfín de fuentes para reconstituir el objeto de su investigación. En ese sentido la historia solo progresa por esa labor de recolección de nuevas evidencias, en la que los hallazgos no se dan por azar, sino por el trabajo acucioso, agotador, de confrontación, comprobación de hechos, de pensar y repensar toda una problemática decenas de veces. No podemos decir con Picasso "Yo no busco, yo encuentro". No estamos asistidos de ese golpe del genio que encuentra lo que busca por un golpe de inspiración o gracia. Nuestras búsquedas no están exentas de fantasía, pueden elevarse a las alturas, pero deben tener invariablemente como meta la tierra.
La forma más atinada de valorar una obra cómo la que reseñamos consiste en verificar el alcance de su contribución a los conocimientos históricos. Más allá de los gustos de cada uno, de las emociones agradables o desagradables que despierte, de la comprensión que genere de algunos hechos, lo decisivo de todo estudio de este tipo es lo que aporta de nuevo. Como todas las disciplinas científicas, la historiografía avanza en virtud de los nuevos conocimientos y perspectivas que devela.
Deseo, por consiguiente, como decano en edad de los historiadores cubanos, con 45 años de experiencia profesional, dar testimonio de que apenas tenía conocimiento de una quinta parte de los datos y antecedentes aportados por el autor. Antes de que leyese su obra, había efectuado varias investigaciones plasmadas en...