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  • Alonso de Cartagena y el humanismo
  • Luis Fernández Gallardo

Primeros contactos, primeros tanteos con el quehacer de los humanistas (1420–1434)

La designación de Alonso de Cartagena como miembro de la embajada castellana enviada a Portugal a fines de 1420 representó no sólo un jalón decisivo en su carrera política, sino que le ofreció la oportunidad de ampliar sus horizontes intelectuales, hasta entonces limitados a su condición de erudito jurista.1 Tal experiencia iba a tener inesperadas repercusiones: uno de los impulsos más importantes en la introducción del humanismo en Castilla se produjo precisamente a raíz de la intensa actividad intelectual que desarrolló el docto embajador en la corte lusa.

Quiso el azar que formara parte de la legación Juan Alfonso de Zamora, caballero y secretario del rey, quien representaba paradigmáticamente los intereses y las inquietudes de ese nuevo público lector laico que surgió a fines [End Page 175] del Medievo.2 A sus requerimientos se deben las primeras traducciones de don Alonso: tanto de Cicerón (De senectute y De officiis) como de Boccaccio (De casibus). En principio, tal labor traductora respondía a un planteamiento tradicional en el marco de la recepción vernácula de la obra de Cicerón, pero rebasó su mera finalidad difusora entre lectores legos y se erigió en punto de partida de una amplia reflexión sobre el quehacer traductor, la función social del saber y el estatuto epistémico de la elocuencia. Y es que don Alonso realizó sus traducciones en un ambiente de intensas inquietudes y comunicaciones culturales, tanto en la corte portuguesa como en los cenáculos literarios –o tal vez sólo académicos–que frecuentó, lo que hubo de suscitar un replanteamiento no sólo de su actividad traductora, sino de sus actitudes culturales.

Traducciones, tertulias, coloquios

En el prólogo de sus Declamationes refiere Cartagena que en el curso de su estancia en la corte portuguesa se divulgó el rumor de sus cualidades intelectuales entre los hombres de letras lusos, dando lugar a una cordial relación con ellos. La expresión studiosi aliqui apuntaría más bien a círculos académicos, universitarios, cuando no a letrados, profesionales del derecho, con los que, por la propia índole de los negocios que lo habían llevado a Portugal, era natural que entrara en contacto. Y he aquí un hecho fundamental: entre ellos se contaban valedores entusiastas de las novedades literarias italianas, especialmente de la renovación de la latinidad.3 Tales relaciones hay que suponerlas desde las primeras estancias de don Alonso en la corte lusa: tanto su incoercible vocación estudiosa, como su inclinación al debate académico abonan la suposición de que, desde un primer momento, procuraba resarcirse de la lentitud e infructuosidad de las negociaciones diplomáticas con el comercio intelectual.

Precisamente en dichos ambientes tiene lugar su primer contacto con las realizaciones del humanismo. En el curso de uno de esos doctos coloquios, un [End Page 176] contertulio, que se ha identificado con Velasco Rodrigo, canónigo bracarense (Lawrance, “Humanism in the Iberian Peninsula” 225), ensalza la elocuencia de Leonardo Bruni; ante el interés que muestra el embajador castellano, se apresura a traerle las traducciones que de los oradores griegos Esquines y Demóstenes y del opúsculo de San Basilio sobre los autores gentiles hizo el Aretino (Declamationes, Prólogo, 196–99). Así, Cartagena viene a conocer no sólo una de las figuras señeras del humanismo, sino una de las facetas más características de su quehacer: los estudios griegos. El efecto es deslumbrante: don Alonso se siente seducido por la elocuencia del traductor florentino,4 a la vez que se percata de la apertura de horizontes intelectuales que tal actividad conllevaba. Se le revela entonces la posibilidad de enlazar con la Iglesia primitiva y con el saber y, sobre todo, la elocuencia de la Antigüedad, que constituían una venerable tradición olvidada. Este hecho decisivo iba a determinar que se replanteara la naturaleza y función de la traducción –de su propia contribución en tal menester...

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