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  • El “Sermón de la Sagrada Escritura” de (Pseudo) Agustín y la versión romance de Hernán Núñez: Notas sobre el humanismo cristiano del primer renacimiento
  • Antonio Cortijo Ocaña and Julian Weiss

La labor de comentar y glosar textos castellanos que, desarrollándose con fulgurante ímpetu a lo largo del cuatrocientos, forma parte del humanismo vernáculo, aspiraba, entre otras cosas, a poner de manifiesto para los nuevos lectores laicos el valor ético e intelectual de su propia producción literaria. En este proceso de ennoblecer las letras y lectores castellanos, Hernán Núñez de Toledo, “el Comendador griego” (c. 1470–1553), ocupa un puesto de relevancia especial. Al emprender su magno comentario (1499, segunda edición revisada 1505) sobre el Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, el joven humanista se muestra heredero ideológico de su tan admirado maestro Antonio de Nebrija. Implícitamente asumiendo el papel de debelador de la barbarie, rescata con fervor patriótico un monumento literario nacional cuyo lustre había sido [End Page 145] oscurecido por “muchos vicios y depravaciones que la crassa ignorancia de los libreros en él avía cometido” (1499, 3r). Como compañera de imperio, Hernán Núnez ofrece, no la lengua, sino la literatura, tanto el concepto como su ejemplo paradigmático.1

Huelga decir que Nebrija no sólo tenía serias reservas con respecto a la estética y valor de la poesía castellana, incluso la de su modélico Juan de Mena, sino también desconfiaba de las mendaciae poetarum en general.2 Promoviendo lo que Victor García de la Concha ha dado en llamar “una empresa de clara impostación religiosa y de pedagogía cristiana” (129), Nebrija abogaba por una docta pietas basada en el estudio de los poetas cristianos como Prudencio y Sedulio. Si bien es cierto que tal “impostación religiosa” no salta a los ojos en su denso y abigarrado comentario sobre el Laberinto, también es verdad que en momentos claves de su obra Hernán Núñez deja constancia de la necesidad de conciliar los intereses y valores –no siempre compatibles, desde luego– de los autores paganos y cristianos. Y lo que ofrecemos en este artículo es el ejemplo más llamativo de situar el estudio de la poesía en un contexto pío.

Con el propósito de elevar al autor castellano Juan de Mena a la categoría de poeta (y así rivalizar lo que se había hecho en Italia para Dante o Petrarca), Hernán Núñez realiza el más amplio comentario sobre un autor castellano de los acometidos hasta la fecha. Por cierto, el Laberinto ya llegó a sus manos [End Page 146] glosado por los amanuenses de varios manuscritos; pero, su extensión aparte, la Glosa a las Trescientas se mueve en un mundo distinto del de sus predecesores y marca una nueva etapa en la historia del texto.3 Como ya se ha indicado, Hernán Núñez intenta transformar el poema en un monumento literario, digno de ser restaurado y explicado usando los recursos de crítica textual y conocimientos filológicos de los humanistas:

En fin, que, repurgada toda de las mendas que tenía, explicadas las historias, declaradas las fábulas, desatados los nudos, expuestos los enigmas y en todo reduzida a mejor estado, de labyrintho (al qual nadie hasta aquí por tiniebla y difficultad que en él avía osava descender) le avemos fecho amphitheatro abierto y claro donde todos assí doctos como indoctos puedan sin miedo ninguno entrar.

(1499, 3r)

Se podría decir que reproduce en el campo literario el interés arqueológico en los monumentos nacionales demostrado por otros humanistas del cuatrocientos, como Flavio Biondo o su propio maestro, Nebrija, cuya Historia de las antigüedades de España se publicó también en 1499. Pero, como indica claramente el pasaje citado, esta labor arqueológica produce un nuevo edificio literario – Núñez reconstruye “este inexplicable labyrintho” (1499, 3r) para transformarlo en un anfiteatro clásico. Lo que se eleva aquí por tanto es un escenario donde el nuevo...

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