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  • El humanismo catalán en el contexto hispánico
  • Julia Butiñá Jiménez

Goza de merecido reconocimiento la cultura catalana de la Edad Media; baste remitirse a Ramón Llull, que ha sido un puntal firme en Europa, aunque haya brillado más por su pensamiento que por sus valores literarios, los cuales en gran parte son de bastante reciente valoración y más aún en referencia a las secuelas que tuvo para con el Humanismo. La producción medieval de estas letras, por otro lado, suele concebirse de modo monolítico, mientras que hay que verla compuesta por dos facetas, valiosas ambas pero muy diferenciadas a pesar de los entrecruzamientos, afinidades y antagonismos: la que corresponde a la imagen más puramente tradicional –como las crónicas reales o la oratoria de san Vicente Ferrer– y la que ya desde el siglo XIV cavila, entre grandes dificultades, cómo romperla para dar un paso adelante. Me refiero a la humanista, en la que vamos a fijarnos y que, a causa de la etapa que cubre –siglos XIV y XV– algunos denominarían primer Humanismo.1 [End Page 27] Los textos literarios que se dan bajo el signo humanista o bien en el período en el que ya se ha introducido esta corriente en la literatura catalana, junto con el conjunto luliano, constituyen –principal pero no exclusivamente– el bagaje de los denominados clásicos de estas letras. Aquí daremos unas notas muy generales sobre ellos, sin entrar en el detalle ni de un modo sistematizado, pero procurando destacarlos y situarlos en su contexto inmediato, lo que lleva irremisiblemente a relacionarlos con los orígenes humanistas en la península itálica, por aparecer en momentos cercanos a aquellos inicios.2 Asimismo, sin dejar excluidas las alusiones puntuales que se consideren pertinentes hacia otras literaturas, se tenderán puentes hacia la producción en la Corona de Castilla, como referente de interés para un estudio coordinado del movimiento, especialmente en sus epígonos catalanes. Debido a su grado de pureza y también de adversidad, amén de situarse en otro siglo, es más autónomo y queda más desvinculado de ésta el primer momento catalán, el de la Cancillería barcelonesa, el cual se abre especialmente al exterior (Aviñón, Bolonia), es datable desde finales del Trescientos y cuenta con hechos como las primeras alabanzas a Petrarca.3

Estos pocos apuntes pretenden mostrar que nuestra península ofrece un panorama muy completo, así como se da un mismo clímax, real y literario, como bien atestiguan en el siglo XV las cortes de Juan II o la napolitana de Alfonso el Magnánimo, en las que coinciden si no las mismas figuras, personalidades de parecida sensibilidad que escriben en las tres lenguas: castellano, catalán [End Page 28] y latín.4 Ello no obsta a que haya unos rasgos estilísticos que son comunes y otros en los que se oponen los caudales literarios de ambas Coronas; pero sea a través de su conjunción o su disyunción la península ofrece una aportación que en su conjunto puede ser pieza que contribuya al engranaje del Humanismo en general, no sólo por el hecho de ampliar la gama de respuestas literarias y de modelos humanos sino también por sus peculiaridades, que aquí destacaremos en cuanto al catalán, y muy especialmente debido a su proximidad al momento florentino.

Así pues, desde el convencimiento del interés del estudio del movimiento en su contexto peninsular, nos vamos a centrar en la literatura catalana de acuerdo con los criterios indicados. Y aunque no podamos apoyarnos apenas en bibliografía específica por parte de la crítica en los últimos decenios,5 puesto que ha predominado la negación del Humanismo, hay que recordar que el estudio del movimiento en las letras catalanas había empezado con fuerza a principios del siglo XX, sobre todo por parte de Jordi Rubió i Balaguer y también Martín de Riquer.6 Por otro lado, la situación de desconocimiento ya se había manifestado anteriormente desde perspectivas más generales...

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