Chile in Transition. The Poetics and Politics of Memory (review)

Sostenido en el aporte de los Estudios de trauma, Michael J. Lazzara ofrece una importante contribución para acercarse a la realidad chilena del post-autoritarismo. Una investigación cuidadosamente llevada, en la cual sobresale la información recogida de primera mano a través de impresiones y entrevistas, como a su vez mediante el estudio de fuentes periodísticas y académicas para dar a conocer "through specific textual examples, that there are indeed multiple ways of narrating limited experiences, and that each strategy of representation necessarily implies political, aesthetic, and ethical decisions" (pp. 30-31). Los documentos están organizados en cuatro capítulos, a través de los cuales se busca indagar en distintas voces que se han hecho cargo del desastre, ya sea desde la condición de víctima sobreviviente (el testimonio escrito de Luz Arce The Inferno [2004] y el testimonio oral de Pedro Alejandro Matta), de testigo secundario (el documental Fernando ha vuelto [1998], de Silvio Caiozzi), o mediante la voz interpretativa literaria y fotográfica (el documento El padre mío [1989], de Diamela Eltit, las novelas Una casa vacía [1996], de Carlos Cerda y El Palacio de la risa [1995], de Germán Marín; el texto poético Las zonas del dolor [1988], de Marjorie Agosín, y el trabajo fotográfico El muro de la memoria [2002], de Claudio Pérez y Rodrigo Gómez). De este modo, Chile in Transition intenta mostrar las múltiples negociaciones ético-políticas a que están sometidas las subjetividades abyectas que engendró los diecisiete años de Estado de terror, y de qué manera deben éstas entenderse con el clima de reconciliación político-social instalado a partir de 1990.

Uno de los aportes de los Estudios de trauma ha sido establecer la resistencia simbólica que poseen las experiencias atroces, lo cual guarda relación con el colapso ontológico que experimenta la víctima, y que lleva a privarla de agencia más allá de su propia condición. Sin embargo, este último aspecto no es considerado en el análisis, pues se asume que el sujeto torturado conserva posibilidades de optar. El factor que precisamente distingue al testigo del testimoniante es la leve recuperación del habla en el último, la que no obstante, no puede ser controlada a cabalidad. Por otro lado existe una clara diferencia entre la legitimidad parlante del testigo abyecto y aquélla del artista. Este factor fue expresado connotadamente por Adorno, pero sobre todo a partir de los escritos de Primo Levi ha establecido el imperativo ético-estético de situar en otro registro la autoridad representativa que sobre lo atroz se arroga el artista, de lo contrario se corre el riesgo de trivializar tales experiencias límite.

De todos los textos analizados, la elección de El padre mío ofrece reparos importantes. Si bien es un documento que comparte con la narrativa traumática su naturaleza disconexa y a-cronológica, se sitúa más bien en la exploración de un habla de lo demencial. El texto de Eltit participa de su proyecto de metaforizar a través de la figura del lumpen los residuos no oficiales, o bien las marcas esquizoides del discurso autoritario cuando éste aún estaba en curso, ante ello, el lapso temporal que necesita la sintomatología traumática todavía no ha tenido lugar.

A pesar de que este estudio considera la bibliografía teórica más relevante, ofreciendo además alcances con la experiencia sudamericana mayor (sobre todo con Argentina), más allá de los aportes de Richard, Eltit y Moulian, la reflexión chilena en sus diversas disciplinas (interna o en la diáspora) ha producido un corpus bibliográfico importante, cuya mayor consideración no sólo habría ayudado a fortalecer el diálogo, sino además a situar el...