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Hispanic Review 75.3 (2007) 265-288

Ser y vivir como poeta en Cuba:
Casal, Lezama y la tradición
Jorge Brioso
Carleton College

El destino de un poeta está ligado a la suerte de ciertas palabras. La poesía de Julián del Casal, y también su recepción crítica, está vinculada a conceptos como lo artificial, la frialdad, el exotismo, la anomalía, la enfermedad, el (homo) erotismo. El peculiar lugar que Casal ocupa en la tradición literaria cubana está condicionado por la diferente entonación (afectiva y conceptual) que han tenido estos vocablos en los últimos 120 años.

Roland Barthes, en uno de sus más bellos ensayos, define a Voltaire como el último escritor feliz. Voltaire tuvo, según Barthes, el privilegio de defender una serie de palabras: libertad, tolerancia, espíritu crítico e ilustración que eran odiadas y despreciadas por sus enemigos. El escritor moderno se enfrenta a la paradoja de tener que defender y hacer suyas palabras que también son respetadas por sus contrincantes. Casal, si se acepta la definición de Barthes, también sería un escritor feliz, las palabras que ya se han mencionado (frialdad, artificial, exotismo, anomalía, enfermedad e incluso erotismo) carecían de tradición literaria y prestigio en la Cuba finisecular. Eran malas palabras, vocablos malditos, por dos causas diferentes: a) se consideraban valores extraños y nocivos para la construcción de una cultura nacional (los intelectuales cubanos de la época trataban de contrarrestar la independencia económica y política de España con una independencia cultural); b) se tomaban como importaciones, préstamos del movimiento decadentista europeo.

La tradición crítica sobre la obra de Casal se estructura a partir de dos figuras antagónicas: la polémica y el consenso. La obra de Casal, como pocas en la tradición literaria cubana, generó mucha controversia entre sus contemporáneos [End Page 265] y ha provocado múltiples debates sobre la posición que debe ocupar en el canon literario nacional. Pocas tradiciones críticas, sin embargo, han sido tan unánimes en concederle importancia a los mismos vocablos para acercarse a una obra. El carácter maldito de estos vocablos ha ejercido igual fascinación entre detractores y admiradores.

Aunque anteriormente califiqué esta unanimidad como consensual, me parece más justo y preciso hablar de contagio. La proliferación de estos vocablos no reconoce posiciones políticas, estéticas o generacionales. El destino del poeta está vinculado fatalmente a los ecos y a las mutaciones de estas malas palabras. Esta premisa obliga a plantear las siguientes interrogantes a las cuales este ensayo quiere responder: ¿Cómo se puede leer una obra manteniendo la ambivalencia y diferente entonación de las palabras que han acompañado a un poeta? ¿Cómo se puede entrar en la lengua, en la literatura o en el canon con la boca llena de palabras malditas? ¿Se puede ser un poeta maldito con palabras ajenas, importadas? ¿Cómo se cuenta la historia de una tradición que, en vez de estructurarse a partir de influencias, se difumina de un modo contagioso sin respetar fronteras, edades o jerarquías, moviéndose en todas direcciones y en todos los sentidos a la vez? ¿Cómo se construyen las tradiciones en América Latina dónde muchas veces el fracaso en la apropiación/reescritura de un modelo foráneo puede constituirse en el motor propulsor de la tradición?

Los lectores contemporáneos de Casal

Francisco Chacón, en una temprana semblanza del poeta aparecida en El Fígaro en el año 1885, afirma lo siguiente: "Que Casal no pertenece a esta época mercantilista hasta dejarla de sobra, es cosa en la cual no cabe un adarme de duda. Si existiera la metempsicosis, aseguraría que Casal encarnó en el espíritu de algún romántico de mediados de siglo" (Glickman 399). La crónica de Francisco Chacón, de una sincera...

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