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  • Hacia una poética hispanoamericana de la novela decimonónica (I): El texto
  • Wilfrido H. Corral

La aparente ambición de proponer en las páginas siguientes una poética hispanoamericana de la novela de nuestro siglo diecinueve no elimina la necesidad de tener pautas para ofrecerla o enriquecer lo que existe al respecto. En la esfera crítica actual, no es raro encontrar varios intentos por establecer el nivel teórico (si se lo entiende como conjunto congruente de una política de coherencias, hipótesis y verificaciones) del discurso agobiante de la literariedad hispanoamericana. Ante las ilusiones y realidades de lo que Rama llamó la “tecnificación narrativa”, no ha sido difícil argumentar que hoy (especialmente si se toma como punto de partida la novela de la segunda mitad del siglo veinte) es factible discutir ampliamente la realización de una teoría hispanoamericana de la novela, en vez de la acostumbrada teoría general de la novela hispanoamericana. Esta última teoría, que llamaré general para distinguirla de la que se produce en la esfera cultural radicada en nuestro continente, es un elemento interpretativo cuya irrupción, contexto político y especificidad de recepción voy a problematizar como análisis de conjunto en otro momento, en el análisis del extra-texto.

Es decir, aquí transformaré la biografía compuesta del diecinueve (los “procesos típicos”) que nos lega la crítica en un fondo discursivo común, en clases comunicativas. Estas poseen contextos culturales, híbridos, históricos, y sociales específicos, muy diferenciados de lo que se conoce como generación después de Ortega y Gasset, [End Page 385] Marías, Lazo, Portuondo, Arrom y Goic. Quiero señalar y problematizar de antemano la posibilidad de que, respecto a la teoría hispanoamericana de la novela, nuestro siglo diecinueve provee mucho más que otra versión del tópico borgeano basado en Kafka y sus precursores. Hoy, el estudio estrictamente formal de la novela del XIX debe ceder el paso a nuevas maneras de examinar la concreción de imágenes, diálogos y acotaciones, lectores y códigos de lectura, personajes, escenarios históricos o fantásticos, posición de los narradores, tramas, tiempo y espacio, temas, signos ideológicos, etc. Es decir, con la excepción de estudios como los de Rosalba Campra, Beatriz González Stephan, Nancy Vogeley (véase obras citadas) y varios otros que examinaré en la segunda parte de este artículo, generalmente se ha analizado lo mismo con nuevas insinuaciones. 1 Consecuentemente, en la continuación de estas afirmaciones ubicaré las afirmaciones producidas por esos nuevos enfoques dentro de un contexto que los historiza de otra manera.

Como propuse en otro momento (Corral 1991), entre principios del siglo diecinueve y hasta esta década, la cantidad de escritos críticos y teóricos (sentido amplio) producidos por nuestros novelistas permite, aun dentro de las restricciones editoriales, una voluminosa y heterogénea selección de textos sobre la literariedad que incumbe al novelista como crítico. El hecho es que “La tendencia de la prosa reflexiva que se escribió sobre la novela fue la difusión de las propiedades que poseía el género, tanto para estimular la producción de esta relegada área de la literatura como para promover cambios sociales [ . . . ]” (Rodriguez-Arenas 1993: 171). Lo que en ese siglo ya era una difícil búsqueda de categorías críticas, como acertadamente propone Campra (1987; 1990) en artículos precursores para lo que discuto, se ha replicado hoy. Si comenzáramos con el texto que la crítica quiere convertir paulatinamente en por lo menos la segunda novela publicada en Hispanoamérica, notaríamos la riqueza de lo que propongo. En la “Apología de El Periquillo Sarniento”, de 1819, Fernández de Lizardi no se limita a un registro de su “método” de novelar, o a catalogar su estética de manera hiperpersonal. Ante la acusación de preocuparse por lo soez, y atropellar las reglas del arte, se defiende con ironía y concluye: “Lo que [End Page 386] acabo de decir de Periquillo no es efecto de...

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