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Hispanic Review 74.2 (2006) 119-142



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Sicarios, Delirantes y los Efectos del Narcotráen la Literatura Colombiana.

SUNY, Stony Brook
La emergencia del narco no es ni la causa ni la consecuencia de la pérdida de valores; es, hasta hoy, el episodio más grave de la criminalidad neoliberal. Si allí está el gran negocio, las víctimas vienen por añadidura. Y con ellas la protección de las mafias del poder.
—Carlos Monsiváis, "El narcotráfico y sus legiones" (2004).

El fenómeno del narcotráfico ha modificado el orden político, social y económico en América Latina y ha sido el detonante principal de una serie de cambios en el imaginario cultural de la región.1 Con la declaración de la "Guerra contra las drogas" ciertas prácticas ilegales se convirtieron en asunto de seguridad de los estados. Desde las organizaciones que controlan la distribución, el comercio y consumo de drogas (i.e. la DEA, las agencias de narcóticos, ejércitos y gobiernos locales) se produce una concepción acerca de estas prácticas que enfatiza la dimensión del crimen para legitimar su necesario castigo. Sin embargo, el discurso legal poco o nada dice acerca de [End Page 119] la realidad que viven los seres humanos involucrados. El negocio se adapta a formas de organización y políticas locales, la corrupción de autoridades y sectores del gobierno toma características propias en cada lugar. Esto va acompañado de un amplio repertorio de expresiones culturales que van desde la gesta épica de los narcocorridos, la estetización de ciertos rituales de muerte, nuevas formas híbridas de lo religioso en las que la devoción por la Virgen es también la súplica por la buena puntería a la hora de matar y, por supuesto, la producción de objetos de arte. Esta última muestra de manera contundente que el narcotráfico tiene diferentes efectos en el norte y en el sur de México; en Medellín y en Cali, Colombia; que no se manifiestan del mismo modo en Ecuador o entre los grupos dedicados al cultivo de coca en Colombia, Perú y Bolivia, y que afectan de manera distinta a campesinos, procesadores, jefes, traficantes, autoridades comprometidas, lavadores, mulas y sicarios.

Por la actualidad y controversia del tema, el periodismo ha sido el discurso que más se ha ocupado de difundirlo. Desde lo periodístico, sin embargo, se da prioridad a la veracidad de la noticia y poco o nada se cuestionan las relaciones de poder dentro de las que se cometen ciertos actos "delictivos" o cuáles son los marcos legales y políticos que determinan su ilegalidad.2 Desde las ciencias sociales cada vez hay más interés en comprender el narcotráfico y sus efectos: la historia busca genealogías; la sociología trata de comprender los nuevos repertorios de violencia; la antropología, reconocer las prácticas culturales vinculadas con la participación en el negocio; las ciencias políticas se ocupan de cuestiones de soberanía. Al otro lado de estos discursos está la ficción, que dada su versatilidad para entrar y salir de los mitos y rumores, su heteroglosia y posibilidad de hablar de lo real desde el umbral de lo inventado, puede mostrar de una manera más comprehensiva, cómo afecta el fenómeno del narcotráfico al imaginario colectivo.3

En este ensayo me remito a leer dos novelas fruto de la reciente producción de literatura del narcotráfico en Colombia: La virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo y Delirio (2004) de Laura Restrepo.4 A pesar de que sus autores distan mucho de ser los únicos preocupados por el tema en [End Page 120] su país, Vallejo y Restrepo están entre los escritores colombianos que más venden con Alfaguara (casa editorial de mayor distribución en los mercados de habla hispana), y parte...

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