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  • In Memoriam:Antonio Benítez Rojo (1931–2005)
  • Eduardo González

Nada de eso es cierto. Era un hombre bajo y regordete, de temperamento sanguíneo y pupilas penetrantes. No disimulaba su calvicie.

Interpuesto en este cameo de trazos caricaturales se retrata al autor de Mujer en traje de batalla (2001). Comparece ante sí mismo, próximo ya el final de la novela que entonces se declara "obra inconclusa", como añorando sendas por reanudar, más allá del instante en coma de esa coma en síncopa que enlaza con hechos venideros, futuros, pero vueltos a suceder. Sucesos por venir narrados en nombre de la vida que en ellos transcurre para así ocupar, según la voz del narrador, sincopada con la de Enriqueta Faber: "esa falta de algo que siempre he sentido, esa gotera en el tejado o hendija en la puerta que ni yo ni nadie ha podido remediar; esa pérdida incesante que cada día me deja en el medio de las cosas, pequeña y en suspenso como una coma, pero con la determinación de seguir y seguir. ¿Quién sabe?" (508).

En ensayos y ficciones, la prosa de Antonio Benítez Rojo fluyó como la sangre: vertida en relatos, imágenes, teorías abordadas, pirateadas y gozadas con hambre de corsario y mano de brujo. Pocos intérpretes de las culturas entrañadas en el Caribe antillano y sus bordes continentales han igualado el timbre visionario de su música textual: Fernando Ortiz, huracanado y en contrapunteo; Alejo Carpentier, ebrio y frondoso; José Lezama Lima, ensimismado en eras primigenias; Derek Walcott, volando raudo en su goleta (reiterando: "I'm just a red nigger who love the sea, / I had a sound colonial education, / I have Dutch, nigger, and English in me, / and either I'm nobody, or I'm a nation."); George Lamming, repitiendo La tempestad de Shakespeare, originándola y sentenciándola en su isleña cuna esclava desde los placeres del exilio y del castillo de su piel ("No Caliban no Prospero! No Prospero no Miranda! No Miranda no Marriage! And no Marriage no Tempest").

El sentido encaracolado de fatal recurrencia y feliz renacer que Antonio implantó en su repetible isla haría islas de estos y otros escritores y escritoras (pues "de cierta manera" —usando una frase muy suya—el Antonio autor terminó siendo escritora).

Tal vez se repita así, en rizoma, nuestro Antonio en Gonzalo ("honesto anciano consejero"), de quien otro Antonio burlón eternamente se ríe cuando aquél insiste en que Túnez de veras fue Cártago. Este otro Antonio, hermano [End Page ix] usurpador de Próspero, maquiavélico y antítesis siniestra del nuestro, se aferra con saña al sentido para él viciosamente figurativo de que Cártago se repita en Túnez y hace mofa del honesto Gonzalo, afirmando que la palabra del sabio consejero excede en magia los poderes del "arpa milagrosa". A su vez, el zorro de Sebastián se suma a las burlas de Antonio e insiste en que Gonzalo se llevaría la isla donde la tempestad los acaba de arrojar "a casa en el bolsillo para dársela de regalo a su hijo como una manzana". A lo cual responde Antonio, como queriendo exceder al nuestro en lo magnánimo, pero en tono de mofa: "Y sembrando sus semillas en el mar, hacer brotar más islas" (The Tempest 2.1.82–91). Así, Antonio, el socarrón maquiavélico, conspirador, hermano y regicida en ciernes, anticipa y repite en Gonzalo al Próspero exiliado que logró hacerse Mago y encontró dónde serlo, una vez más, parecido al Próspero que aún anima a nuestro Antonio.

Repetir por anticipado es repetir la isla con las artes de nuestro otro Antonio. Por un lado, el de Shakespeare, las artes de Maquiavelo se burlan de las de Montaigne, en sentencias que Gonzalo va a repetir acto seguido al pintar, plantándola y colonizándola con su voz, la dorada utopía tropical de la absoluta abundancia e igualdad obtenidas sin necesidad alguna de labor. Por el otro, el de nuestro Antonio, aunque la isla...

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