Parece ciertamente apropiado hablar de la existencia de un auge en el estudio de la lírica cancioneril medieval desde los años 70 y 80 del siglo xx. Gracias a ello, la poesía de cancionero', que ya era bien conocida antaño por la comunidad académica, ha pasado de ser prácticamente vilipendiada por eruditos de la talla de Menéndez Pelayo a ser objeto de un renovado interés crítico, lo que le ha permitido cuando menos deshacerse de aquellos antiguos, y un tanto absurdos, estigmas distribuidos a destajo por la crítica literaria decimonónica². Esta vía de aproximación, más objetiva y coherente, ha gravitado sobre una gran cantidad de trabajos relativos a cancioneros manuscritos e impresos, generalmente la edición y estudio de las obras completas de un autor determinado, o bien la edición de un cancionero, individual o colectivo, concreto³. Por fortuna para los investigadores, toda la ingente producción científica sobre la lírica cancioneril puede seguirse con precisión casi milimétrica a través de las páginas del Boletín Bibliográfico de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, en funcionamiento desde 1986, y que, con su habitual frecuencia, ha servido como canal expansor de esta verdadera explosión de estudios sobre poesía de cancionero. El punto álgido de este despegue quizá haya que situarlo en 1991, fecha de la aparición del tan exhaustivo como extraordinario catálogo de Brian Dutton4, obra