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  • El narcocorrido religioso:usos y abusos de un género
  • Juan Carlos Ramírez-Pimienta

De los más de doscientos corridos que Vicente T. Mendoza antologó en su seminal estudio Lírica narrativa de México, el corrido tan sólo cinco fueron catalogados como religiosos (bajo el rubro de religiosos, bíblicos y morales). Por su parte, en los cinco volúmenes del Corrido histórico mexicano, la monumental compilación de corridos publicada por Antonio Avitia Hernández, encontramos unos pocos corridos de maldición y corridos cristeros que, de algún modo, tienen relación con lo religioso. La religión no ha sido, entonces, uno de los temas favoritos de la corridística. Lo anterior se enfatiza aún más en el corpus de los corridos de narcotráfico. En efecto, pocos pensarían en el narcocorrido como un género que pudiera tener la religión como tema. Lo anterior sería, quizá, lo más alejado de la mente del oyente y consumidor ocasional de estas producciones culturales que usualmente se colocan al extremo opuesto de aquello que tiene que ver con lo religioso. Es verdad que la religión y la narcocultura han sido relacionados en años recientes, pero esta conexión se ha dado principalmente en otras arenas diferentes a la musical. Uno de estos rubros han sido las llamadas narco limosnas, es decir las dádivas de narcotraficantes a la Iglesia. Si bien este fenómeno no se limita a la Iglesia Católica es en este contexto que salió a la luz y que se le ha dado más difusión. El tema incluso se vio reflejado de forma prominente en la exitosa película mexicana El Crimen del Padre Amaro dirigida por Carlos Carrera en el 2002.1 Este filme ilustra la relación de un narcotraficante local con un sacerdote a quien daba cuantiosas limosnas que éste recibía con pleno conocimiento de su procedencia ilegal y que usaba para la construcción de un hospital.

Esta tácita complicidad fue la posición defendida por algunos representantes de la Iglesia Católica mexicana al salir a la luz este fenómeno, decir que el dinero "sucio" se purificaba al usarlo en bien de la sociedad. El escándalo de las narco limosnas detonó en la década de los noventa del siglo pasado. En septiembre de 1997 el sacerdote Raúl Soto, canónigo de la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México, dijo en su homilía que más personas deberían seguir el ejemplo de los narcotraficantes Rafael Caro Quintero y Amado Carrillo, quienes habían hecho donaciones millonarias a la Iglesia. A pesar de múltiples críticas desde muchos de los sectores sociales una primera [End Page 184] defensa de la Iglesia Católica enfatizó, a través de Alberto Athié, secretario ejecutivo de la Comisión Pastoral Social del Episcopado, que no correspondía a ellos andar fiscalizando a sus donantes.2 Esta posición de la Iglesia ha sido reiterada a través de los años por otros representantes de la misma. En abril de 2008 el obispo de Texcoco, México, Carlos Aguiar Retes, volvió a referirse a las narco limosnas en términos parecidos a los de Soto, exaltando la generosidad de algunos narcotraficantes y haciendo una validación total de éstos como actores sociales, actores que incluso cumplen algunas de las funciones del Estado mexicano ya que: "hacen obras muy significativas para la comunidad: meten luz y se encargan de financiar la construcción de caminos. También construyen Iglesias y capillas. Eso ocurre en algunos pueblos muy remotos de la sierra, donde el gobierno no tiene recursos para actuar".3

Sin embargo, no todos los miembros de la Iglesia estuvieron de acuerdo con esa postura. Unos días después de la declaración de Aguiar Retes, el arzobispo de León en el estado de Guanajuato, México, José Guadalupe Martín Rábago, condenó la aceptación de recursos provenientes del narcotráfico. Incluso reiteró que no por ser usado por la Iglesia en obras comunitarias...

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