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  • La metafísica del aburrimiento en los sueños gastados de Onetti
  • Fernando Aínsa (bio)

Resumen: El aburrimiento —una constante en la obra de Onetti, desde El pozo a Cuando ya no importe— sobreviene con su implacable cortejo de rechazos, derrumbe de creencias y desprecios inesperados, bochorno y pérdida de la fe, al ingresar en la edad madura. Onetti trasciende la afirmación de "nada merece ser hecho" de sus personajes en una proyección metafísica con antecedentes literarios en Melville, Voltaire, Baudelaire, Paul Valery y Kierkegaard. En nuestra comunicación analizaremos estos antecedentes en el contexto de su propuesta estética de "salvación por la escritura."

"No se puede hacer nada", dicen los escépticos personajes de Onetti o, lo que parece más grave, "nada merece ser hecho". Lejos de la angustia, de la nausea y aún de la detresse, en las que fuera pródiga la narrativa europea de su época, en el autor de El pozo solo puede hablarse de fatalismo y resignación.

Se sospecha que cuando Díaz Grey afirma en El astillero que la vida "no es más que eso, lo que todos vemos y sabemos" y que su único sentido es "no tener sentido" y no hay porqué complicarse con las "palabras y ansiedades" que conlleva la ambición humana, el propio Onetti admite en que "toda la ciencia de vivir está en la sencilla blandura de acomodarse en los huecos de los sucesos que no hemos provocado con nuestra voluntad, no forzar nada, ser, simplemente cada minuto", como sugiere Aranzuru en Tierra de nadie, porque en la vida hay que esperar, "no hacer nada", "es mejor estarse quieto"1.

En realidad no vale la pena esforzarse por luchar por otro futuro ya que "un hombre evolucionado no debe hacer nada", porque "todo es falso y lo autóctono lo más falso de todo". Este principio de que "un hombre evolucionado no debe hacer nada", cuya suprema negación se manifiesta en la pasividad y la voluntad de prescindir, puede asimilarse al desconcertante "preferiría no hacerlo" que [End Page 117] enuncia con tono respetuoso y "mansa desfachatez" Bartleby en la obra homónima de Hermann Melville. Tono modesto pero determinado y determinante, "desdén tranquilo" que nos sumerge en la incómoda sospecha de compartir esa "melancolía fraternal" que siente el biógrafo por el taciturno copista Bertleby, ese "hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza"2. Una melancolía que se transforma en miedo, lástima y finalmente en repulsión.

Hundirse en una inercia contemplativa parece el resultado inevitable de una certeza previa: el hombre no renuncia al auténtico escepticismo que nace de la ruina y del caos. Está convencido de que no hay certezas firmes y los fundamentos están agrietados, por lo cual la pasiva contemplación es la única fuente de conocimiento. Algo que ya había intuido el primer outsider de la novelística contemporánea, el oscuro protagonista de las Memorias del subsuelo de Dostoievsky y comprobó para todo un siglo de literatura El hombre sin atributos de Musil, aunque los tonos en Onetti aparezcan diluidos, amortiguados por las propias características del medio rioplatense en que se insertan.

Porque es bueno recordar que la crítica —entre otros el venezolano Juvenal López Ruiz, el argentino Juan Carlos Ghiano y el uruguayo Manuel Martínez Carril— ha señalado esta auto-negación de sus anti-héroes desarraigados, opuestos a los de una épica tradicional, incapaces de creer en las propias bases de la nacionalidad como una especial acritud típicamente rioplatense. Más que una forma de desarraigo, la falta de fe pregonada sin aspavientos supondría una comprensión mejor del tiempo vital, de la falta de diálogo, de la frustración presente y de la necesidad de evasión hacia una soñada vida mejor, que caracteriza parcialmente a una zona de la psicología colectiva del Uruguay. "No es solo Onetti —escribe Martínez Carril— quien se libera (en forma mezquina o no, comprometiéndose o no). No se trata tampoco de una...

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