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  • Violencia y papas fritas:Cuba en la oscuridad en Posesas de la Habana de Teresa Dovalpage
  • Marisela Fleites-Lear

“Porque aquí, al que no jode lo joden y si no vamos nos llevan. Ésa es la ley de la selva cubana.” (Posesas 41) Esta frase lapidaria resume la Cuba que nos presenta Posesas de la Habana (2004) de Teresa Dovalpage, una Cuba y una Habana que se unifican en la violencia y la enajenación. A examinar esa unificación desmitificadora se dedican estas páginas. La Cuba de Dovalpage, como el ideal del conquistador en manos de Cabeza de Vaca, pierde el brillo épico que le confirió el imaginario literario e ideológico cubano hasta los años 80. Dovalpage se inserta así en la tendencia iniciada por los llamados “novísimos” escritores de la década del 90,1 pero logra definir un espacio propio que se [End Page 353] libra de fórmulas repetidas y que adquiere nuevos matices con su obra Posesas de la Habana, publicada en Los Ángeles en el 2004. Ésta nos adentra en 80 años de la historia cubana no oficial, a través de 4 personajes femeninos que desatan sus miserias durante un apagón de 4 horas mientras resisten la oscuridad juntas en el apartamento que comparten en Centro Habana.

En su ensayo “La Habana literaria” Leonardo Padura examina la evolución de la construcción literaria de la Habana en la narrativa cubana como parte de la creación de un imaginario nacional: Desde las tertulias de Domingo del Monte del siglo xix se va perfilando un discurso integrador que establece las bases simbólicas de una nueva entidad nacional que ya con Cecilia Valdés convierte a la ciudad habanera en el escenario representativo de la nación cubana (42). La Habana literaria/nación va presentándose primero como espacio físico, integrador, descrito como escenario-espejo de la nación; luego como lenguaje, idioma peculiar en el que existen los personajes; para llegar a perder el “afán de coherencia y solidez – incluso política” hacia finales de la década de los 80 (48). La década del 90 da paso a la fragmentación: “Respondiendo a las tribulaciones del contexto real, la narrativa de los 90 se vuelve hacia la deconstrucción, las ruinas, el Apocalipsis y la marginalidad” (48). La marginalidad se expresa en el lenguaje, en su vulgarización; en la selección de personajes marginales (prostitutas, santeros, homosexuales, delincuentes). Se imponen nuevos temas: los desastres ideológicos y económicos, amenazas de inanición, búsquedas de soluciones individuales que evidencian la multiplicación del desencanto.

La ciudad de los narradores de los 90 y principios del siglo xxi es un espacio que repele a los personajes, los margina – y las razones económicas pesan tanto como las físicas y las morales –, convirtiéndose en un verdadero campo minado en el cual se sobrevive, no se vive, por el cual se transita, más que se crea, y del cual muchas veces se huye hacia un exilio marcado por la imposibilidad del regreso.

(48-9)

En Posesas de la Habana la ciudad se abandona, los personajes están presos porque la ciudad los ha dejado a oscuras y porque se dice que por ella anda suelto un “deslenguador” que corta las lenguas de sus víctimas. Así que, lejos de salir a transitar por ella, se pasan cerrojos para evitar que la ciudad entre en el espacio doméstico. Sin embargo penetra, a través de los recuerdos, las angustias, y las entradas y salidas secretas de la niña Beiya. Los personajes no pueden sustraerse de su entorno, de modo [End Page 354] que el espacio doméstico se transforma en su propia isla por la que los habitantes andan a oscuras, tropezando unos con otros, abusando unos de otros, odiándose, reconcentrados en su soledad acompañada, en su dependencia resentida. En Posesas el espacio doméstico funciona como sinécdoque violenta de la ciudad: la casa es la Habana difícil de negociar. La ciudad/nación es una “interrupción” comparable a la interrupción fallida...

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