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  • Cuerpo-abyecto-lenguaje: La experiencia del límite en “Orfandad” de Inés Arredondo
  • Inés Ferrero Cándenas

No estoy segura de que Inés Arredondo perteneciera a la polémicamente denominada “generación de medio siglo”. Lo que sí parece acertado es que compartía ciertas inquietudes conceptuales, ideológicas y literarias con autores como Juan García Ponce, Juan Vicente Melo o Salvador Elizondo; aunque en realidad también podría decirse lo mismo en relación a autoras como Elena Garro, Amparo Dávila o Guadalupe Dueñas. Me refiero a la frecuente aserción por la crítica de que en la poética de la mencionada generación “se insiste en el tema de la identidad, la mirada, la obscenidad, el cuerpo, el erotismo, la exploración del instante, no sólo desde el punto de vista temático, sino también estilístico, como propuesta de construcción de personajes, voces, espacios y tiempos” (Tornero 2008, 117). Escribió una obra muy breve – apenas 34 cuentos –y aún así, muchos estarían de acuerdo en que constituye uno de los legados más inquietantes de la narrativa mexicana contemporánea. El erotismo, el mal, lo siniestro, la locura, la mirada, lo ominoso, lo sagrado o la dialéctica pureza/impureza son algunos de los temas más comentados por los estudiosos de su obra. Éstos son trasmitidos a través de una escritura que revela una feminidad feroz, animal, ora oscura, ora luminosa, tierna y despiadada, cruda y titilante. Sus relatos van tejiendo una poética que Aralia González López tuvo a bien denominar “poética del límite”: aquella que gira alrededor de experiencias fronterizas en las que “los límites entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo placentero y lo doloroso, la verdad y la mentira, las luces y las sombras, lo permitido y lo prohibido, lo sagrado y lo profano, resultan imprecisos” (159). Rose Corral, en su prólogo a las Obras Completas, también resalta [End Page 147] la cualidad liminar en la narrativa de la mexicana: “En estas fronteras imperceptibles […] es donde Inés Arredondo sitúa la mayoría de sus cuentos. En una cotidianidad anodina, sin relieve, surgen el signo o la señal que nos colocan en una situación o experiencia límite” (9). La misma opinión comparten Claudia Albarrán y Angélica Tornero, aunque esta última entiende la experiencia del límite como efecto del mal: “El mal y la locura son dimensiones que los personajes alcanzan al tener experiencias que los conducen al límite, mediante el sufrimiento” (2007, 5). Resalto esta cualidad liminar comentada por la crítica porque considero la experiencia del límite como eje discursivo que atraviesa la obra de Inés Arredondo, y parto de la creencia de que es en la colección de cuentos Río Subterráneo donde ésta se manifiesta de forma más inminente.

La idea de un cuerpo que transgrede las fronteras de su propia construcción simbólico-social genera efectos a nivel de identidad así como reflexiones que atañen la existencia humana y la constitución del sujeto. En la cuentística de Arredondo, estas reflexiones van frecuentemente aunadas a la noción de lo sagrado. Para algunos, la dialéctica pureza-impureza es la mayor “pregunta existencial de la autora” (Galindo 280). Otros, evocan la “dialéctica de lo sagrado” de Roger Callois.1 Es este el caso de Corral, para quien “la pureza se encuentra extrañamente presente en el seno mismo de la perversión” (15). O de Tornero, quien asevera que “la distinción de los símbolos puro/impuro organiza el discurso de los cuentos” (2007, 17). Aunque comparto particularmente la expresión de Corral, me diferencio de estas posturas tanto en el objeto de análisis como en perspectiva, concretamente en el entendimiento de “límite”. Si bien el estudio que aquí se presenta también está preocupado con la forma en la que Arredondo nos conduce a explorar “los territorios prohibidos de la existencia humana” (Corral 14–15), éste no consiste...

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