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LA MUJER FRENTE AL ESPEJO: ESCENAS DE TOCADOR VISTAS POR GOYA Y MELÉNDEZ VALDÉS por Irene Gómez Castellano University of North Carolina at Chapel Hill PENSAR en una figura masculina contemplándose en un espejo es evocar el sublime fantasma de Narciso, que nos alecciona sobre los peligros intelectuales de amar las sombras, desear el vacío, e intentar alcanzar formas sin sustancia (Ovidio, 57). Pensar en una figura femenina contemplándose en este mismo espejo conjura otras asociaciones simbólicas que son normalmente consideradas menos profundas: tradicionalmente, la mujer frente al espejo no es una filósofa persiguiendo sombras sino una viva representación de la coqueter ía, ligereza y vanidad del género femenino, cuyo cuerpo es simultáneamente “temido y deseado” (Quintero, 105). El espejo y la mujer, tradicionalmente asociados con lo diabólico, lo vano y lo inestable, forman una combinación tópica en la que los artistas de distintas épocas encuentran un espacio ideal para difundir diversos mensajes y para ejercitar su maestría provocando efectos distintos en su audiencia: desde aquellos que representan esta escena de modo sat írico y moralizante a aquellos que transgreden esta visión tradicional haciéndola portadora de mensajes más complejos. En el caso de la tradición española, María Cristina Quintero ya ha probado en su excelente estudio “Mirroring Desire in Early Modern Spanish Poetry: Some Lessons from Painting” que “a woman contemplating herself in a mirror or a pond of water is a recurring motif in the poetry of early modern Spain” (87), pero no existe un estudio similar para el siglo XVIII español, a caballo entre la noción de temprana modernidad y modernidad. En el barroco, junto a imágenes plácidas de Venus contemplando su propia belleza y ofreciéndonos 79 nuevos ángulos de su cuerpo (como en la “Venus ante el espejo” de Velázquez ), la mujer terrenal que se mira al espejo es el objeto de la sátira despiadada de poetas como Francisco de Quevedo. En sus poemas, el momento captado por la lente del poeta satírico es el del desengaño especular de la mujer que en el presente descubre la sombra de la muerte en el mismo espejo que en el pasado reflejaba su belleza. Sin rastro de la más amable tradición renacentista del carpe diem, los sonetos barrocos de Quevedo estudiados por Quintero son vengativos, orgullosamente misóginos y crueles, como se intuye desde su mismo título: “Venganza de la edad en hermosura presumida” y “Venganza en figura de consejo a la hermosura pasada”.1 Palabras como “venganza”, “consejo ”, “presumida” y “pasada” dejan bien clara cuál es la connotación que genera la imagen de la mujer frente al espejo en esta tendencia barroca enlazada con la tradición pictórica del vanitas (Quintero, 99): Persuadióte el espejo conjetura de eternidades en la edad serena, y que a su plata el oro en tu melena nunca del tiempo trocaría la usura. Ves que la que antes era, sepultada yaces en la que vives; y, quejosa, tarde te acusa vanidad burlada. Mueres doncella, y no de virtuosa, sino de presumida y despreciada: esto eres vieja, esotro fuiste hermosa. (Quevedo, cit. Quintero, 97) En cualquier caso, la imagen de la mujer frente al espejo no es un reflejo estático ni siquiera en poemas o pinturas asociados con un mismo estilo o una misma época, y en muchos casos la imagen adquiere significados que a menudo pueden resultar contradictorios, como ocurre si comparamos las obras del pintor y el poeta más representativos del dieciocho español: Goya y Meléndez Valdés. La mujer frente al espejo – imagen de ficción creada por el hombre de una mujer recreándose en sí misma – escenifica un placer femenino que se genera de forma independiente del hombre, y los pintores y artistas imaginan este narcisismo femenino como algo que les atrae y les repele al mismo tiempo . Alrededor de estas representaciones femeninas giran deseos y ansiedades masculinas, y el siglo XVIII marca la presencia de dos tendencias claramente demarcadas entre sí. Definir estas dos tendencias en...

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