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  • El maestro de esgrima:De mujeres fatales y cine negro
  • Guy H. Wood (bio)

Introducción

El maestro de esgrima se ambienta en el Madrid de los inicios de la revolución "Gloriosa" de 1868, un periodo de convulsiones e ilusiones sociopolíticas en el que, en el mundo de las artes plásticas y letras europeas, aparece una imagen que se transformaría en un icono de la feminidad y cuya simbólica figura trastornó a una serie de creadores en el Viejo Continente, una imagen que éstos popularizaron y que llegaría a denominarse la femme fatale. De ahí que no sorprenda que varios exégetas de la segunda novela de Arturo Pérez-Reverte hayan clasificado con este término a doña Adela de Otero, la enigmática forastera que desea dar clases con el maestro de armas, Jaime Astarloa, a fin de aprender su célebre estocada de los doscientos escudos y liquidar con ella a otro alumno suyo, Luis de Ayala, el marqués de los Alumbres, que chantajea al siniestro protector de la bella dama, el banquero Bruno Cazorla Longo.1 Pero sí extraña que no se haya profundizado en este lado tan malévolo como artístico de la mortífera dama, la meta del presente estudio.

Para Virginia M. Allen,2 esta figura femenina tan arquetípica como icónica, tal vez sea una amalgama cuyos orígenes pueden remontarse a la Antigüedad (la lamia, la sirena, la esfinge, Circe, Cleopatra, etc.),3 pero que, asimismo, es de raigambre europea, ya sea folclórica (la vampiresa) o literaria (Lilith, la Machtweib [mujer poderosa] de Goethe; la Carmen de Merimée o la Matilde de Lewis, corruptora de Ambrosio en El monje). Según Allen, la mujer fatal es: "a figure of paramount importance to the arts of the fin de [End Page 125] siècle" (2); bella, exótica, erótica, seductora, sensual, destructora e independiente, una mujer que controla su propia sexualidad, siendo precisamente este control carnal lo que la hace letal, puesto que seduce a los hombres vaciándoles "en el acto" de sus poderes vitales. Al igual que la araña viuda negra o la santateresa, la mujer fatal mata al hombre con quien ha copulado. Si bien sus poderes eróticos constituyen una expresión del miedo de castración del hombre, esta fuerza—como veremos—puede ser auto-destructora.

La pintura y la poesía francesas e inglesas del siglo XIX contribuyeron fuertemente a incrementar la iconización de estas "emperatrices de la corrupción y perversión"; por ejemplo, los pintores Dante Gabriel Rossetti y Gustave Moreau efigian a mujeres bellas con un cabello abundante con el que enredan a sus presas, conducta e imágenes que demuestran la ascendencia letal de doña Adela.


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Fig. 1.

Lady Lilith, 1866-1868 (retocado 1872-1873). Dante Gabriel Rossetti (1828-1882). Óleo, 38 × 33.5 pulgadas. Delaware Art Museum, Samuel y Mary R. Bancroft Memorial, 1935.

Es más, al igual que otra de las precursoras de la mujer fatal, "La Belle Dame Sans Merci" de Keats, la esgrimista parece haberse moldeado de acuerdo con esta descripción del poeta inglés: "Her hair was long, her foot was light. / And her eyes were wild" (139).4 En el duelo entre don Jaime y doña Adela que pone fin a ésta y a la novela, Pérez-Reverte describe a su mujer fatal así:

Adela de Otero miró desafiante a don Jaime [...]. No podía éste apartar los ojos de ella [...]. Había en su terrible belleza algo de hipnótico y estremecedor a un tiempo, como si el ángel de la muerte se hubiera encarnado en sus facciones.

(253)5

Ella tenía las manos ocupadas en quitarse el sombrero, y sus ojos centelleaban igual que carbones encendidos.

(267)

Salta a la vista que Pérez-Reverte no sólo carga de tintas "fatales" estas descripciones de Adela de Otero, sino que pone un estoque fálico en su mano y le hace practicar la esgrima, creando así una danza sensual e incitante.6 Un ejemplo...

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