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  • Lágrimas en Connecticut:Género, política y mercado a partir de una instalación de Pepón Osorio
  • Jeffrey Cedeño (bio)

Los dédalos del género tras la política del espacio

Aquella mañana de 1994 la 481 Park Street del barrio Frog Hollow en Hartford, Connecticut, no era la misma. La diferencia encontraba su lugar en una barbería que, luego de varios meses enfrentando el más completo de los abandonos, abría nuevamente sus puertas; pero en esta ocasión, y como quien resurge de sus cenizas, su nombre no podía ser menos que otro: En la barbería no se llora. Al colocar un pie más allá del umbral nos captura un escenario colmado de ornamentos brillantes y lustrosos, colores vivos y sugerentes imágenes: proliferan figurillas de santos y de niños en su primera comunión, ángeles negros y blancos, afiladas cuchillas, flores plásticas, sandalias, linternas, fichas de dominó, hojas de plástico, soldaditos de juguete, metras, encajes, lupas, condones, barajas, peines de afro, cucharillas, placas policiales estadounidenses, carritos. La silla de afeitar, colmada de tales miniaturas, se encuentra tapizada con una tela roja que lleva grabada en serigrafía la atlética figura de un cuerpo masculino. Abundantes trozos de cabello negro rizado cubren los alrededores de la silla: sólo un mechón rubio lacio establece el contraste. Los monitores de video, situados en las esquinas de la barbería, transmiten las imágenes—sin audio—de hombres latinos llorando dolorosamente o cumpliendo rutinas de ejercicio muscular en un gimnasio. Las paredes exhiben un florido papel tapiz y en el techo podemos encontrar imágenes en acuarela de [End Page 149] espermatozoides gigantes. No podían faltar la bandera puertorriqueña y los radiofónicos acordes de música latina.1

Me encontraba dentro de la instalación En la barbería no se llora (1994), del artista nuyorriqueño Pepón Osorio, artífice de tal reapertura. Se entiende: la barbería constituye un espacio recortado sobre los valores "naturales" de la masculinidad y, por ello, no puede menos que funcionar e intervenir en tal dirección.2 Resulta evidente que la barbería de Park Street presenta los signos naturalizados del sujeto masculino—carritos, cuchillas, canicas—desde una imaginería kitsch, figurativa y sentimental—doméstica y femenina, por lo demás, como bien lo ejemplifican, las flores, los colores lustrosos, los encajes—ocupada en preservar el origen identitario (y nacional) de muchos hogares populares latino/americanos (en una abierta actualización del horror vacui); al tiempo que escenifica los pliegues de una memoria afectiva al entrecruzar experiencias históricas dispares—femenino/masculino, pasado/ presente, metrópolis/colonia—y cuyas significaciones in/forman las ambigüedades y contradicciones que intervienen, en cierta medida, en el desplazamiento identitario que convoca la migrancia latina a los Estados Unidos.3

Una vez invadido por la plétora visual de la barbería, por su intenso dialogismo, pude advertir los juegos referenciales de una poética espacial capaz de fracturar o suspender la narrativa que me auguraba (y aseguraba) la literalidad de un "lugar" anclado en los valores del machismo latino/ americano: aquél donde, precisamente, el llorar es una prohibición. El ilusionismo referencial—trompe-l'œil—que sustenta la barbería funciona como una objetivación simbólica de la norma heterosexual en tanto discurso naturalizado en los múltiples tránsitos y niveles de la realidad, al tiempo que exhibe su irreductible artificio, su propia re-presentación: el artificio consume a la barbería y a sus ficciones de identidad puesto que fractura deliberadamente cualquier tipo de continuidad naturalizada entre el género, el sexo y el espacio. Contrario a sus intensiones, el trompe-l'œil nos dice que la hegemonía heterosexual no posee la realidad, mucho menos su exclusiva, pura y generalizada representación y, de este modo, deja abierta la pregunta sobre la noción de lo real desde sus históricas formaciones discursivas, el género entre ellas. La instalación jerarquiza las apariencias y, en este sentido, parece capturar las ideas de Slavoj Žižek cuando dice...

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