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294 Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies Al final de k mirada Tusquets, 1999 Por Alfonso Fernández Burgos Al final de L· mirada se ambienta en un Madrid actual y gira en tomo a unos dÃ-as de septiembre en el cuadragésimo quinto año de la vida de Eduardo Cortil Sagasta, "director de una céntrica sucursal bancaria" (40). Fernández Burgos inicia su novela con "Edu" saliendo de una consulta médica en la que se le ha diagnosticado con un cáncer tetminal . A partii de este momento, la trama avanzará lentamente, aunque también se articula en esta enfermedad a fin de que el "agonista" pueda rem émorai "la nave sin rumbo que ha sido su vida" ( 15). En un apartamento de lujo que comparte con un gato y los fines de semana con una amante, Sara, el banquero ahoga su soledad, aburrimiento y miedo con Jack Daniels mientras apura las heces de la existencia de un hombre que "podÃ-a considerarse un triunfador si tema en cuenta el mÃ-nimo esfuerzo que habÃ-a dedicado en su vida a conseguii algo" (40). La tiascendencia de este pequeño buigués comodón estriba en el hecho de que encarne las secuelas del régimen dictatorial en sus niños bien: un perverso amilanamiento, una marcada abulia y un constante cinismo sociopolÃ-tico. De ahÃ- que Cortil sea un personaje correctamente cincelado pero de amargo degustar, ya que acaba ocasionando cierta lástima sin que de veras llegue a conmocionar ni intrigai. Asimismo, "Edu" encierra un obvio propósito educacional ("No ser como yo.") y simbólico—lee En busca del tiempo perdido (sin terminarlo, obviamente) y Crónica de una muerte anunciada. Sus lamentaciones a toro pasado, reminiscencias de una juventud percuda y nimias peripecias actuales (ver a los amigos, hacer k paz con su "ex" e hijo, dejar el trabajo, etc.) se combinan hábilmente pata transformar la trama en una "patobiografia." Puede que el desenlace decepcione, si bien concueida con la personalidad de Cortil. Fernández Burgos va poblando las páginas de su novela con una amplia gama de personajes secundarios que también tipifican la España ieciente: la emancipada "ex" de Edu, Helena, y su nuevo novio Gregorio, fagotista profesional; su hijo, Carlos, tan abúlico y mimado como su desfasado padre; su difunto padre, don Elias, magistrado del Tribunal del Orden Público que tuvo un hijo natural con Eva, la criada de su casa en Encinar del Castillo, hermanastro que trabaja como subalterno en la cuadrilla de JesulÃ-n de Ubrique, y un largo etcétera. Esta variedad alivia el pesimismo y la moibosidad que oscurecen las hojas de por sÃ- septembrinas de Al final de L· mirada. Cual fichas de ajedrez, Fernández Burgos va colocando y moviendo a estos personajes por la geografÃ-a española y el callejero de Madrid, ajetreo que impulsa a Edu hacia lo que se supone será un jaque mate por mano propia. Tanto movimiento kbeiÃ-ntico pone en evidencia la capacidad sintetizadora del literato, amén de proporcionarle la oportunidad de intentar hacer alarde de su dominio de distintos lenguajes y registros del español habkdo y escrito. Aveces al novelista las ganas de poetizar el lenguaje novelÃ-stico le salen por la culata. Un ejemplo: "EIk comenzó a reÃ-rse a carcajadas, los pezones color tabaco vibraban en la turgenica de sus pechos como una guinda madura sobre un flan" (60). No obstante , el lectoi atento disfrutará de estas viñetas radiográficas de la vieja y nueva España que le regala la pluma de Fernández Burgos. La cubierta de Alfinal de L· mirada explica que se trata de una novek princeps, hecho que ayuda a comprender susodicho forcejeo con los recutsos estilÃ-sticos y cierto abuso de la simbologÃ-a. Al final de la lectura, resulta arduo condenar el enorme esfuerzo realizado por Fernández Burgos. He aquÃ- un novelista cuya ópera prima está bien trazada y pensada, con los excesos y pecadillos de un literato en ciernes, pero a quien las puertas de las editoriales deben peimanecer abiertas. Guy H. Wood Oregon State...

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