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  • Inesismo y desdonjuanización en La Regenta de Clarín: La lectura quijotesca de Ana Ozores del drama de Zorrilla
  • Alfonso Livianos Domínguez

Pese a que Vetusta se conjura para provocar la seducción de la Regenta, la caída de Ana Ozores1 está causada fundamentalmente por su lectura quijotesca del drama de Zorrilla. La síntesis perfecta de espiritualidad y erotismo que se desarrolla en Don Juan Tenorio es percibida por la protagonista de Clarín como la tan largamente anhelada solución a su conflicto existencial. Independientemente de que el modelo suscite el deseo (como sostiene la teoría mimética de René Girard)2 o, de que sea el deseo el que preceda al modelo, que después toma como guía, lo relevante estriba en que la Regenta encuentra la realización satisfactoria de sus ideales en el mundo de la literatura, lo que le hace creer que puede vivir en el mundo exterior la plenitud contenida en la obra de ficción. En su intento de materializar su mundo ideal, Ana adopta el modelo de doña Inés y deforma la realidad circundante, convirtiendo a Álvaro Mesía en el Tenorio enamorado de Zorrilla. La profunda desdonjuanización a la que Clarín somete a este personaje, revela la quijotesca proyección realizada por la Regenta, quien ve Tenorios (pasión, vitalidad, libertad, independencia, espontaneidad, dinamismo, autenticidad) donde sólo hay Álvaros (frialdad, conformismo, materialismo, sumisión, estatismo, cobardía, falsedad); en otras palabras, ve gigantes donde sólo hay molinos. De esta forma, Ana Ozores se vincula con Emma Bovary,3 a quien Ortega y Gasset se refirió como “un don Quijote con faldas” (Meditaciones 203), caracterización que podría aplicarse igualmente a la Regenta, pero quizás en mayor grado y de forma más compleja porque el “inesismo” que adopta era ya originariamente quijotesco. Esta conexión triangular entre Cervantes, Flaubert, y los grandes novelistas decimonónicos, tan decisiva para el desarrollo y consagración de la novela como género, fue estudiada por Américo Castro (“Introducción”), y aplicada al caso concreto de la obra de Clarín por Stephen Gilman y Robert M. Jackson.

Por lectura quijotesca no nos referimos únicamente a la deformación grotesca de la realidad objetiva ni a la cultura libresca que constituye parte importante de la personalidad de los personajes, sino también a la aspiración de vivir los ideales presentes en la ficción literaria, o por utilizar la terminología de Georg Lukács, los valores auténticos, en un mundo degradado que no solo carece de ellos sino que los desvirtúa ridiculizándolos. Este impulso, al que Américo Castro se refiere como incitación (Hacia Cervantes 245–47), y que puede llegar a ser sumamente intenso, hace que don Quijote, Madame Bovary y Ana Ozores, sean capaces “de lanzarse al camino, figurada o literalmente, después de su incorporación de la palabra” (Gilman 165). El legítimo intento de vivir sus deseos subjetivos en la realidad objetiva, o de “sustentar con el vuelo de la imaginación el mundo de sus sueños que ellos creen ser la verdadera realidad” [End Page 55] (Correa 26), se torna heroico al estar destinado al fracaso, dada la ruptura existente e insuperable entre el héroe y su mundo: “el deseo de la Regenta es inasequible en cuanto pertenece al dominio de las ideas puras, y cuando se corporeiza y entra en la dinámica social choca con la falsedad de las apariencias” (García 329).

En un punto de sus trayectorias vitales (la entrada de don Quijote en el palacio de los duques, y la declaración de amor de Mesía a la Regenta en la finca de los marqueses de Vegallana), ambos personajes (se podría incluir a Sancho Panza, porque él también ve convertirse en realidad su sueño de ser gobernador en un contexto falso e intencionadamente burlesco) creen que sus fantasías idealizadas se han materializado en el mundo real. Al ser recibido por los duques, dice el narrador sobre don Quijote, “aquél fue el primer día...

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