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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL 210 Capítulo 11 A rmando Belmonte era el propietario del Café Belmonte. Era casi idéntico al Café Colón, en Aviles en España, donde la gran mayoría de los hombres que había venido a Glenncoe habían pasado muchos días agradables, jugando a la brisca o al dominó. Había incluso la misma rana de metal que en España a un lado del Café. El amfibio medía unos tres pies y se tenía sobre las patas traseras, mirando hacia adelante con la boca abierta; los hombres lanzaban discos de metal intentando acertar a la boca de la rana. El primer jugador que llegaba a reunir los puntos necesarios era el ganador, mientras que el perdedor pagaba los cafés, el chocolate o el helado. En el lado opuesto del edificio, había una barra de metal, también de unos tres pies de altura. Esta barra tenía tres aros de metal situados el uno sobre el otro a unas tres pulgadas de distancia. Ese juego se llamaba “La llave.” Se utilizaban los mismos discos que para jugar a “La rana.” Se trataba de lanzar los discos a través de los tres aros. Se contaban los puntos según si se había tocado la primera barra, tantos por tocar la segunda y tantos por tocar la de arriba. Era un juego que requería concentración, y como para la rana, algunos hombres eran muy buenos jugando, sobre todo si se habían apostado algo. Juan Belmonte era el encargado de llevar la lotería nacional española por aquellas partes. Recibía libretas de billetes y las vendía a la gente del pueblo. Cada libreta contenía veinte décimos. Juan Belmonte recibía un billete gratuito en cuanto vendía diecinueve. Cada vez que llegaban los billetes para la próxima lotería, los hombres y las mujeres se paraban a comprarlos. Algunas veces mandaban a sus hijos a por ellos. Juan llevaba varios años vendiendo billetes por le pueblo y nunca le había tocado a nadie. Todos querían que les tocase “el gordo.”¡Y de repente ocurrió! El gordo, de un valor de 166.000 pesetas fue ganada por cada uno de los billetes provenientes de cierta libreta de veinte décimos. Mi padre tenía un billete, me había hecho comprarlo hacía varios días. Nos llegó la noticia de la cantidad ganada a través de un agente en Nueva York y se publicó también en La Prensa, el semanal publicado en Nueva York y al cual suscribía un número de residentes de Glenncoe. Se corrió la voz a la velocidad del rayo en todo el pueblo. Todos los que tenían billetes ganadores se apresuraron hacia el Café Belmonte ese mismo día. Hubo una reunión y se les pidió a todos que volvieran por la noche para decidir qué conducta adoptar ante la situación. Un hombre de Coalton había comprado tres décimos; había dos personas en Glenncoe con dos décimos cada uno, Juan Belmonte siendo uno de ellos; los demás tenían un sólo décimo. Hubo fiesta y regocijo toda la noche en el Café. Todos intentaban hacer la cuenta del dinero que representaba aquella suma en dólares. No sabían el cambio exacto en aquel momento. Todo lo que sabían, es que iban a tener más dinero del que nunca habían tenido en su vida. LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL 211 Se decidió que Juan Belmonte iría a España a recoger el dinero del premio. Los ganadores no iban a confíar en el agente de Nueva York. No le conocían personalmente, mientras que sabían que Juan Belmonte era un hombre respetable de edad madura. Nunca se había casado y había hablado muchas veces de volver a Asturias para casarse con su novia del colegio con la cual había estado en relación epistolar durante años. Sería el recadero ideal. Recogió todos los décimos y les dio a cada uno de los ganadores un papel firmado donde figuraba el número de serie de su décimo y la cantidad de pesetas que le correspondían. La fiesta en el Café Belmonte duró hasta la una de la madrugada. Juan...

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