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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL cangrejos de río. Volviendo a casa, uno de los chicos vio las manzanas gordas y rojas en los árboles y el grupo decidió coger algunas para comer. Justo cuando cogían las primeras manzanas, oyeron una detonación. Los chicos empezaron a correr, todos menos Felipe. Se tambaleó y cayó al suelo. La Loca le había disparado en la espalda toda la carga de su mosquete. Los chicos vieron a la vieja corriendo alrededor de su casa. Fueron hacia Felipe y llevaron su cuerpo inanimado hasta la carretera. Cuando se dieron cuenta de que estaba muerto, lo tumbaron a un lado de la carretera y corrieron hacia casa para decirselo a sus padres. Los chicos corrieron hasta la casa de Felipe, y estaban sin aliento hasta el punto de que no se les podía entender. Todo lo que Claudio, el hermano mayor de Felipe, podía entender era que algo le había ocurrido a Felipe, algo muy, muy serio. Por fin, uno de los chicos fue capaz de articular con voz entrecortada: “¡La Loca mató a Felipe! ¡La Loca lo mató! ¡La Loca Foster!” Claudio Iglesias corrió hasta el salón de billar donde varios hombres estaban sentados y, soliviatado, les contó lo que había ocurrido. Unos siete u ocho de los hombres fueron lo más rápidamente posible hasta donde estaba el cuerpo de Felipe. Tomaron turnos llevando el cuerpo a la casa de su familia. El padre de Felipe, Leandro, era un tirador en la compañía Química Crossetti. Acababa de empezar a sacar el mineral de zinc fundido dentro de la ancha caldera cuando vio a dos jóvenes que corrían hacia él, gritando algo ininteligible. Había preparado la vagoneta para vertir el zinc dentro de los moldes y tenía la “cuchara” levantada para filtrar la impurezas de la superficie del zinc fundido cuando se dio cuenta de lo que le estaban diciendo. Dejó caer la pesada cuchara. Al caer dentro de la caldera, le salpicó en la cara, el cuello y los ojos, dejándole ciego. Leandro Iglesias nunca volvería a ver a Felipe, ni a nadie más. Le llevaron con urgencia a Clarkston, donde permaneció varios meses antes de que le dieran de alta y volviera a casa, para pasar el resto de su vida andando a tientas por el pueblo con un bastón. Con el entierro de Felipe, la sección “de extranjeros” del cemeterio de la Cruz Sagrada recibía un segundo cuerpo de Coe’s Run en poco más de una semana. Capítulo 7 G ermán Inclán y su mujer, Victoria, llegaron de España para estar con su hermano y su mujer, Dorinda. La familia Inclán vivía en Careno, una comunidad rural del concejo de Castrillón, en Asturias. Teodoro decidió seguir el camino de muchos de sus vecinos hacia América, cuando Crispín Sirgo, un atizador para el cual había trabajado cuando era empleado de la Real Compañía Asturiana, le prometió trabajo. Llevaba cerca de un año en Crossetti cuando le dijo a su hermano que había puestos disponibles en la nueva instalación de fundición. Germán nunca había trabajado en un fundidor. Dos días después de su llegada, se presentó a trabajar con su hermano. 166 LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL Había estado muy enfermo en el barco. Aún se sentía débil cuando llegó a Clarkston para juntarse con su hermano y su cuñada. Tenía que haber esperado por lo menos dos semanas antes de ir a trabajar en su nuevo puesto. Tres horas después de haber empezado a meter con la pala el pesado mineral de zinc en las vagonetas, frente al calor intenso, fue hasta el barril de agua y bebió largamente. Estaba sudando abundamente. El calor era demasiado. Nadie le ayudó, acaso le tomaron por un trabajador de fundidor aguerrido. Tras haber bebido el agua, Germán empezó a sentir dolores de estómago. En poco tiempo, los dolores se volvieron rápidamente insoportables y los intestinos empezaron a retorcersele en la tripa. Cayó al suelo y fue llevado hasta la habitación de los atizadores, en frente del bloque. Su hermano estaba encendiendo el bloque vecino, y cuando llegó, Germán estaba sin sentido. Germán fue llevado al despacho...

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