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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL Capítulo 5 C uando los Estados Unidos entraron en la guerra contra Alemania y Aus tria-Hungría en 1918, varios jóvenes españoles se alistaron en el ejército. Fueron enviados a Camp Ripley en el estado de Minnesota para el entrenemiento y como miembros de las fuerzas expedicionarias americanas, fueron enviados a Francia. Benjamín Menéndez, Augustín Fernández y Francisco López habían nacido todos en España y eran la razón precisa por la cual sus padres habían dejado el suelo español y viajado a un nuevo país. Los padres de los chicos habían conocido el servicio militar cuando España se esforzaba en mantener Cuba, Puerto Rico y las Filipinas bajo su control. No querían estar en España cuando sus hijos fueran lo suficiente mayores para cumplir con las obligaciones militares. Sus hijos, sin embargo, habían estado bastante tiempo en America para ir a la escuela, aprender la lengua y comprender por qué valía la pena luchar por los Estados Unidos. Centenares de españoles se esparcieron por varios estados en los pueblos donde había talleres de fundición. Iban con frecuencia de un sitio para otro, a veces mudándose para encontrar trabajo en una instalación que no estuviera en huelga o a veces para estar más cerca de algún pariente. Así que cuando alguien moría o dejaba su pueblo, en pocos días se enteraban en todos los lugares colonizados por españoles. Se decía que no había necesidad de usar el teléfono o el telégrafo para saber lo que estaba ocurriendo. Sólo bastaba con “decírselo a un español” y todos los españoles lo sabrían. Llegó marzo de 1918 en su estilo tradicional: rugiendo como un león. Soplaba un viento cargado de aguanieve; luego llegó la nieve. El tiempo se puso cada vez más frío. Entonces llegó la gripe española y afectó a casi todas las familias del condado. El doctor Applewhyte y su mujer trabajaban día y noche atendiendo a los enfermos. Cata de León, Victoria Inclán y Andrés y Neto Villanueva fueron voluntarios para ayudar al ocupadísimo médico. Los enfermos tenían que ser atendidos en sus casas. Muchos de ellos se estaban muriendo. Los hospitales estaban completos y no tenían sitio para más gente enferma. El enterrador no podía atender a todos los cuerpos; se instaló una morgue provisional en la gran sala de la Casa Loma. La muerte se llevaba a los jóvenes y a los mayores. Algunos de los hombres que acababan de llegar de España con sus mujeres y sus hijos la contrajeron y murieron. El médico trabajaba día y noche. Llegaba a casa, daba su reloj a su mujer y le decía “llámame dentro de treinta minutos.” Ni siquiera se quitaba la ropa. El también tuvo la gripe, acompañada de una pleuresia tan fuerte que su mujer le 150 LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL tuvo que meter en la cama. Le dolía tanto el costado que no podía pisar el accelerador del coche que acababa de comprar, y Lalo Villanueva, el hijo de David, tenía que conducir para llevarlo por las casas. Algunas casas quedaban fuera de la carretera; se acercaba entonces lo más posible a ellas y andaba el resto del camino. Además de intentar ocuparse de los habitantes del pueblo, se había encargado de la consulta de otro médico que había tenido que ir al servicio militar. Los clientes del médico vivían a más de tres millas de distancia. Era imposible para él ocuparse de todos los que llamaban, pero lo intentaba. Era cuando reclutaba a su esposa. La dejaba en una casa para hacer lo que pudiera hasta que él volvía. Mi padre y mi madre contrajeron la gripe. Mi padre nos mandaba a mí y a José al río para romper la fina capa de hielo y llevar algunos trozos a casa. A veces no había hielo en el río, pero se veía hielo formado en las huellas profundas que las vacas habían dejado en el barro, llenas de agua de lluvia que se había helado...

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