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LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL Al día siguiente, Juan mandó una carta a su hermano David en Virginia Occidental. Había decidido marcharse de San Luis e ir a ese estado en cuanto hubiera nacido su segundo hijo. Ernesto había sido concebido en Gijón y nació en aquella casa de ladrillos de la avenida Pennsylvania. Cuando Ernesto tuvo dos semanas, Juan, su mujer y sus dos hijos se subieron al tren B&O, en Union Station para emprender el largo viaje que les llevaría a Clarkston, en Virginia Occidental. Capítulo 3 L os chicos eran demasiado jóvenes como para poder acordarse del viaje, pero Juan y María Elena se acabaron mareando mirando desfilar el paisaje. Campos de maíz y de trigo y otras extensiones de tierras llanas marcaron su viaje a través de Illinois, de Indiana y de la mayor parte de Ohio. En la parte este del Buckeye State, sin embargo, empezaron a ver colinas – pequeñas colinas al principio, luego más grandes. Después de que el tren cruzara el río Ohio, empezaron a ver altas colinas, y luego montañas. Era otoño. El panorama de colores ante sus ojos era indescriptible. Juan y María Elena miraban atentamente el paisaje y se dijeron casi en un mismo suspiro: “¡Qué maravilla! Esto es un paraíso.” El tren llegó a la estación de Clarkston a las cuatro de la mañana. David se encontró con ellos en el andén y se abrazaron. Preston Wright, un joven de la caballeriza Wright estaba listo con un equipaje de dos caballos y un cochecillo de dos plazas, con buena suspensión, para llevarles hasta Coe’s Run, unas tres millas hacia el este. Preston les dio la bienvenida en español. Juan sonrió al oir al joven muchacho hablar el idioma de la asturia rural. El pueblo de Coe’s Run se había ido llenando durante casi dos años de trabajadores de fundición originarios de España. La compañía de Industrias Químicas Crossetti de Nueva Jersey había empezado la construcción de una nueva fábrica dos años antes y habían empezado las operaciones de fundición más o menos un año después. Casi todos los españoles viviendo en Coe’s Run habían venido directamente de Asturias. Había unos pocos que habían ido a “Santo-lo-is-mo” [sic] y habían seguido a algunos de los atizadores, a los cuales se les había asegurado una casa de la compañía en la cual vivir en Virginia Occidental. Cuando fueron acabadas las veinticinco casas, Otto Ahrens, el superintendente de la nueva instalación, ocupó la más grande, una construcción llena de recovecos de dos pisos al pie de la colina. Ahrens, su mujer, sus dos hijas y su viejo loro habían venido de Alemania. Las otras veinticuatro casas eran sólo de un armazón y medio, todas del mismo estilo: cuatro habitaciones en el piso de abajo y una pequeña habitación y algo de espacio para armario en el piso de arriba. Las primeras cuatro o cinco casas se destinaban a los jefes de 137 LAS COLINAS SUEÑAN EN ESPAÑOL secciones otras que los hornos; las demás casas estaban reservadas para los atizadores y sus familias. Los atizadores, trabajasen aquí o en la Fundición de Arnao, parecían tener un poder desmesurado. Tenían autoridad absoluta para contratar y despedir cuando y como se les antojase. Les ayudaban en su comportamiento arbitrario los seguidores que se habían traído del viejo mundo, charlatanes que mantenían sus jefes informados de lo que se decia acerca de las condiciones de los hornos y de las idas y venidas de los trabajadores en general. No todos los atizadores eran del mismo metal. Algunos merecían su trabajo porque eran capaces no sólo de mantener un horno en particular correctamente regulado, sino también porque tenían una cualidad innata para considerar a los trabajadores como seres humanos y no como robots. La gran mayoría de los encargados del fuego nunca había ido a la escuela. Pero no era raro el encontrar a hombres sin estudios que sabían leer y resolver simples problemas de matemáticas. Los miembros de la familia de Juan Villanueva fueron acogidos calurosamente y con entusiasmo...

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