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1 Introducción En la España del Siglo de Oro el comercio prostibulario constitu ía una herramienta importante dentro del proceso de control y unificación ya iniciado por los Reyes Católicos. Las ordenanzas o leyes que establecían el buen funcionamiento de tal servicio junto con la literatura tanto médica, judicial, religiosa como de ficción nos permiten acceder hoy en día a algunas de las razones que justifican su necesidad en la sociedad. Por un lado y a primera vista, con esta medida se pretendía acabar con las pendencias callejeras, los raptos, las violaciones, la sífilis y hasta con la práctica de la sodomía. Por otro lado, existen razones latentes que afectaron profundamente a la situación de la mujer, ya que la presencia de la prostitución promovió la asociación entre la sexualidad femenina y el pecado. En primer lugar, hay que tener en cuenta que para que el control fuera posible, el prostíbulo o mancebía debía ofrecer la exclusividad. Un espacio cerrado, separado del centro de la ciudad y vallado donde se reuniera a las prostitutas bajo la supervisi ón de un encargado, llamado “padre” de mancebía. Si la prostituta y sus clientes, en teoría hombres solteros y mayores de edad: jornaleros, artesanos, estudiantes o población itinerante , se comportaban según las reglas de la mancebía, el orden se cumplía. De hecho, la prostituta legal ofrecía desde las reglas de las ordenanzas un servicio seguro, barato y discreto que posibilitar ía la seguridad en las calles, el honor de las doncellas y la decencia pública. Sin embargo, la realidad—a través de la repetición de las ordenanzas, de los tratados morales, de avisos y propuestas y, también, de las obras de ficción—demuestra que las reglas no se cumplían y que las prostitutas seguían practicando su comercio por esquinas y plazas. Sus razones serían variadas; segregación 2 Introducción de la sociedad, imposibilidad de mantener con ellas a sus hijos si los tenían, abusos de los padres de mancebía, pagos de impuestos y control de sus ganancias, limitación de movimientos y en general falta de lazos afectivos. De hecho, estos lazos afectivos, por muy abusivos que resultaran, vienen a ser llenados por los rufianes, como se llamaba a los proxenetas que las protegían y con los que la mayoría de las veces mantenían una relación amorosa. En efecto, como se temía, estos continuaban actuando de medianeros y provocando reyertas; los raptos segu ían ocurriendo, la sífilis seguía extendiéndose y los engaños de doncellas eran moneda corriente. A esta situación de descontento con la labor de las mancebías se viene a sumar las consecuencias que trae la Contrarreforma y la nueva pastoral que la acompaña.1 Desde mediados del XVI se hará cada vez más frecuente y se describirá en términos más detallados cómo la prostitución no sólo no es un “mal menor,” sino que es la causante de otros delitos peores. Entre ellos: corrompe a la juventud, no pone coto a la sodomía, provoca confusión entre los fieles que comprueban como su Iglesia y su Rey permiten estos lugares donde el pecar se permite con licencia.2 Es de esta forma y a través de la nueva aproximación al comercio sexual cómo la prostitución legal amparada por la monarquía y con el beneplácito de la Iglesia llega a su fin en 1623 cuando Felipe IV proclama unas nuevas ordenanzas que dictan el cierre de mancebías en el reino de España. A este momento le acompaña un discurso prostibulario que como comprobaremos está presente no sólo en las diferentes ordenanzas que intentaron durante años ordenar el comercio sexual, sino también en el debate que tal medida levantó entre moralistas y pensadores. Entre éstos, también debemos contar con los autores de la picaresca femenina, pues a través de la ficción pusieron a la prostituta en las calles, fuera de las manceb ías y saltándose todas las reglas de éstas. Sus discursos tambi én contribuyeron a la solución final y por lo tanto, un estudio de esta literatura de pícaras prostituidas también por el texto, aporta nuevas claves para entender...

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