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165 Capítulo cuatro El filo de la pluma Quevedo y su interacción con el campo literario … habiendo visto la innumerable multitud de poetas que Dios ha enviado a España por castigo de nuestros pecados, mandamos que se gasten los que hay, dando término de dos años para que se consuman, y que ninguno lo pueda usar sin ser examinado por las personas que más eminentes sean en este arte… Quevedo Pregmática de aranceles generales Yo, pues, no pretendo ganar nombre de autor, ni menos enriquecerme con mis borrones… Quevedo Vida de la corte Quevedo fue un hombre de acción. Así lo caracterizaba Américo Castro (Realidad 386–402) al aludir a la defensa que el escritor hizo del patronato de Santiago como portavoz de lo que podía considerarse, sensu lato, bando nobiliario. Domingo Ynduráin (66) dio un paso más en esa caracterización: Quevedo solía actuar o escribir a la contra, oponiéndose a alguien. Es por ello que, además de trazar y determinar sus fuentes, su estilo y, en general, sus deudas con la tradición literaria o poético-retórica, me parece ineludible prestar más atención al Quevedo agente, a su acción social, que es la que en última instancia puede hacernos leer más contextualmente sus obras. Es pues necesario establecer el horizonte concreto de expectativas que albergaba cada obra quevediana así como la inserción doblemente referencial de cada una de estas: en el momento histórico y en la trayectoria del escritor. Por estas razones el foco de este trabajo se va a centrar a partir de ahora en Quevedo no tanto como subjetividad textual sino como interacción sociotextual, como el escritor-agente social que era; como alguien que escribió en el Mundo y para el Mundo y no sólo para mirarse en el espejo de la tradición literaria o la antigüedad clásica. Para ello me voy a centrar primordialmente en dicha condición de agente social del escritor, dejando en un segundo plano la 166 Capítulo cuatro manifestación literaria de su subjetividad. Interesa ahora explorar el carácter público y social de la obra quevediana pues la naturaleza del presente trabajo , centrado en la condición interactiva de la producción literaria del siglo XVII y en la relación que Quevedo sostuvo con los campos literario y de poder, reclama mucho más el recuento e interpretación de su interacción social que el de la subjetividad.1 En esa línea, y en lo que se refiere a las obras quevedianas entre las que sin duda hay que incluir su epistolario, se trata de contemplarlas no tanto formal e intrínsecamente, como objetos en sí, sino desde un punto de vista relacional: qué lugar ocupa esa obra concreta en el triángulo que ésta forma con el escritor y con el referente o, lo que es lo mismo, con el “Mundo.” Como sostenía Raimundo Lida, refiriéndose al epistolario de nuestro autor: Y todo Quevedo—salvo el extraordinario Quevedo de la poesía amorosa —aparece en estas páginas ocasionales con presencia violentísima. Ahí lo tenemos, despreciativo y cínico, y envuelto sin embargo en la llamada y llamarada del mundo. Ahí su entrega frenética a la acción, y sus crisis de soledad y desamparo; ahí su sencillez cordial, su soberbia y adulonería, su sonrisa bronca y su carcajada, su gravedad de asceta y sus lamentaciones de herido, su ciencia y su sofistería polémica. (Letras 122–23) No se me ocurre otra manera más satisfactoria y hermosa para conceptualizar lo que quería decir líneas arriba que esta de Lida, cuando convoca la imagen de un Quevedo envuelto a la vez por la llamada y por las llamaradas del mundo. Ese es el sello indeleble que no encontramos en ningún otro escritor de su época: Quevedo aceptó la llamada del Mundo y destinó toda su vida adulta a tratar de influir en él. En un contexto tan interactivo, complejo y mundano como el que se acaba de dibujar del habitus y de la personalidad quevedianos resulta problemático considerar su práctica literaria como actividad privada o reducida a círculos muy pequeños, como hace Ettinghausen a la hora de intentar dar cuenta de la “doble personalidad” del escritor madrileño...

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